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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Su vista fascinada se fijó en la fachada dórica <strong>del</strong> templo. El severo edificio<br />

parecía transfigurado bajo los castos rayos de Diana. En él creyó ver la imagen<br />

ideal <strong>del</strong> mundo y la solución <strong>del</strong> problema que buscaba. Porque la base, las<br />

columnas, el arquitrabe y el frontón triungular le representaban<br />

repentinamente la triple naturaleza <strong>del</strong> hombre y <strong>del</strong> Universo, <strong>del</strong><br />

microcosmos y <strong>del</strong> macrocosmos coronados por la unidad divina, que en sí<br />

misma es una trinidad. El Cosmos, dominado y penetrado por Dios, formaba:<br />

La Tétrada sagrada, inmenso y puro símbolo,<br />

Fuente de la Natura, mo<strong>del</strong>o de los dioses.<br />

(Versos dorados de Pitágoras, traducidos por Fabre d’Olivet).<br />

Sí; estaba allí, oculta en aquellas líneas geométricas, la clave <strong>del</strong><br />

Universo, la ciencia de los números, la ley ternaria que rige la constitución de<br />

los seres, la <strong>del</strong> septenario que preside a su evolución. Y en una visión<br />

gradiosa, Pitágoras vio los mundos moverse según el ritmo y la armonía de los<br />

números sagrados. Vio el equilibrio de la tierra y <strong>del</strong> cielo, cuyo fiel de<br />

balanza representa la libertad humana; los tres mundos: natural, humano y<br />

divino, sosteniéndose, determinándose uno a otro y jugando el drama<br />

universal por un doble movimiento descendente y ascendente. E1 adivinó las<br />

esferas <strong>del</strong> mundo invisible, envolviendo lo visible y animándolo sin cesar; él<br />

concibió la depuración y liberación <strong>del</strong> hombre, desde esta tierra, por la triple<br />

iniciación. Él vio todo esto: su vida y su obra en una iluminación instantánea y<br />

clara, con la certidumbre irrefragable <strong>del</strong> espíritu que se siente frente a la<br />

Verdad. Fue un relámpago. Ahora se trataba de probar por la Razón lo que su<br />

pura Inteligencia había penetrado en lo Absoluto; y para ello se precisaba una<br />

vida de hombre, un trabajo de Hércules.<br />

Más ¿Dónde encontrar la ciencia necesaria para llevar a cabo tal labor?.<br />

Ni los cantos de Homero, ni los sabios de Jonia, ni los templos de Grecia<br />

podían bastar.<br />

El espíritu de Pitágoras, que repentinamente había encontrado alas, se<br />

sumergió en su pasado, en su nacimiento rodeado de velos y en el misterioso<br />

amor de su madre. Un recuerdo de infancia le chocó, con una precisión<br />

incisiva. Recordó que su madre le había llevado a la edad de un año a un valle<br />

<strong>del</strong> Líbano, al templo de Adonai. Se volvió a ver como cuando era niño,<br />

abrazado al cuello de Parthenis, en medio de montañas colosales, de selvas<br />

enormes, donde un río caía en catarata. Ella estaba en pie, sobre una terraza<br />

sombreada por grandes cedros. Ante ella un sacerdote majestuoso, de blanca<br />

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