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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

reconocieron en él una fuerza de alma extraordinaria y esa pasión impersonal<br />

de la sabiduría que es la cosa más rara <strong>del</strong> mundo, le abrieron los tesoros de su<br />

experiencia. Entre ellos se formó y se templó. Allí pudo profundizar las<br />

matemáticas sagradas, la ciencia de los números o de los principios<br />

universales, que fue el centro de su sistema que formuló de una manera nueva.<br />

La severidad de la disciplina egipcia en los templos le hizo, por otra parte,<br />

conocer el poder prodigioso de la voluntad humana, sabiamente ejercitada y<br />

fortificada, sus aplicaciones infinitas tanto al cuerpo como al alma. “La ciencia<br />

de los números y el arte de la voluntad son las dos claves de la magia —<br />

decían los sacerdotes de Memfis —; ellas abren todas las puertas <strong>del</strong><br />

universo”. Fue, pues, en Egipto donde Pitágoras adquirió esa vista de las<br />

alturas, que permite ver las esferas de la vida y las ciencias en un orden<br />

concéntrico, comprender la involución <strong>del</strong> espíritu en la materia por la<br />

creación universal, y su evolución o vuelo hacia la unidad por esta creación<br />

individual que se llama el desarrollo de una conciencia.<br />

Pitágoras había llegado a cumbre <strong>del</strong> sacerdocio egipcio y pensaba<br />

quizá en volver a Grecia, cuando la guerra estalló sobre la cuenca <strong>del</strong> Nilo con<br />

todos sus horrores, arrastrando al iniciado de Osiris en un nuevo torbellino.<br />

Hacía largo tiempo que los déspotas <strong>del</strong> Asia meditaban la pérdida de Egipto.<br />

Sus asaltos repetidos durante siglos habían fracasado ante la energía de los<br />

faraones. Pero el inmemorial reino, asilo de la ciencia de Hermes, no podía<br />

durar eternamente. El hijo <strong>del</strong> vencedor de Babilonia, Cambises, se lanzó<br />

sobre Egipto con sus ejércitos innumerables y hambrientos como nubes de<br />

langosta, y puso fin a la institución <strong>del</strong> faraonado, cuyo origen se perdía en la<br />

noche de los tiempos. A los ojos de los sabios era una catástrofe para el<br />

mundo entero. Hasta entonces, Egipto había cubierto a Europa contra el Asia.<br />

Su influencia protectora se extendía aún sobre toda la cuenca <strong>del</strong> Mediterráneo<br />

por los templos de Fenicia, de Grecia y de Etruria, con los cuales el alto<br />

sacerdocio egipcio estaba en constante relación. Una vez derribada aquella<br />

muralla, el Toro iba a lanzarse, con la cabeza baja, sobre las orillas de la<br />

Helenia. Pitágoras vio, pues, a Cambises invadir Egipto. Pudo ver al déspota<br />

persa, digno heredero de los malvados reyes de Ninive y Babilonia, saquear<br />

los templos de Memfis y de Tebas y destruir el de Hammón. Pudo ver al farón<br />

Psammético conducido ante Cambises, cargado de cadenas, colocado sobre un<br />

montículo alrededor <strong>del</strong> cual hicieron colocar a los sacerdotes, a las<br />

principales familias y a la corte <strong>del</strong> rey. Pudo ver a la hija <strong>del</strong> Faraón vestida<br />

de harapos y seguida por todas sus damas de honor igualmente disfrazadas; al<br />

príncipe real y dos mil jóvenes con la mordaza en la boca y el ronzal al cuello<br />

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