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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

mezcla y las diferencia, las concentra y las anima. Con los principales<br />

maestros de la ciencia esotérica, Pitágoras concedía una grande importancia al<br />

número siete y al número diez. Siete, siendo cl compuesto de tres y cuatro,<br />

significa la unión <strong>del</strong> hombre con la divinidad. Es la cifra de los adeptos, de<br />

los grandes iniciados, y como explicación la realización completa de toda cosa<br />

por siete grados, representa la ley de la evolución. El número diez, formado<br />

por la adición de los cuatro primeros y que contiene al precedente, es el<br />

número perfecto por excelencia, puesto que representa todos los principios de<br />

la divinidad evolucionados y reunidos en una nueva divinidad.<br />

Al terminar la enseñanza de su teogonía, Pitágoras mostraba a sus<br />

discípulos las nueve Musas, personificando las ciencias, agrupadas tres por<br />

tres, presidiendo al triple ternario evolucionado en nueve mundos, y<br />

formando, con Hestia, la Ciencia divina, guardiana <strong>del</strong> Fuego primordial: La<br />

Década sagrada.<br />

TERCER GRADO - PERFECCIÓN (TELEIOTHES)<br />

COSMOGONÍA Y PSICOLOGÍA<br />

LA EVOLUCIÓN DEL ALMA<br />

El discípulo había recibido <strong>del</strong> maestro los principios de la ciencia. Esa<br />

primera iniciación había hecho caer las espesas escamas de la materia, que<br />

cubrían los ojos de su espíritu. Desgarrando el velo brillante de la Mitología,<br />

ella le había arrancado <strong>del</strong> mundo visible para lanzarlo ansiosamente a los<br />

espacios sin límites y sumergirlo en el sol de la Intelingencia, de donde la<br />

Verdad irradia sobre los tres mundos. Pero la ciencia de los números sólo era<br />

el preámbulo de la gran iniciación. Armado con estos principios, se trataba<br />

ahora de descender de las alturas de lo Absoluto a las profundidades de la<br />

naturaleza para coger al vuelo el pensamiento divino en la formación de las<br />

cosas y en la evolución <strong>del</strong> alma a través de los mundos. La cosmogonía y la<br />

psicología esotérica tocaban a los más grandes misterios de la vida, a secretos<br />

peligrosos y celosamente guardados de las ciencias y de las artes ocultas. Por<br />

esto, Pitágoras gustaba de dar aquellas lecciones lejos <strong>del</strong> día profano, por la<br />

noche, al borde <strong>del</strong> mar, en las terrazas <strong>del</strong> templo de Ceres, al murmullo<br />

ligero de las olas jónicas, de tan melodiosa cadencia, a las lejanas<br />

fosforescencias <strong>del</strong> Kosmos estrellado, o bien de las criptas <strong>del</strong> santuario,<br />

donde las lámparas egpcias de nafta difundían una claridad dulce e igual. Las<br />

mujeres iniciadas asistían a aquellas reuniones nocturnas. A veces, sacerdotes<br />

o sacerdotisas, llegados de Delfos o de Eleusis, venían a confirmar las<br />

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