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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

de reflejos metálicos. Se mezclan con los rebeldes, les miran con sus ojos<br />

relucientes, les abrazan, hacen sonar sus anillos de cobre, les seducen con sus<br />

lenguas zalameras: “¿Quién es, después de todo, aquel sacerdote de Egipto y su<br />

Dios?. Habrá muerto en el Sinaí. <strong>Los</strong> Refaim le habrán arrojado a un abismo.<br />

No es él quien conducirá las tribus al Canaán. Que los hijos de Israel<br />

invoquen a los dioses de Moab: Belphegor y Astaroth. ¡Ésos son dioses que<br />

se pueden ver, y que hacen milagros!. Ellos les conducirán al país de Canaán”.<br />

<strong>Los</strong> revoltosos escuchan a las mujeres moabitas, se excitan unos a otros y este<br />

grito parte de la multitud: “Aarón, haznos dioses que marchen ante nosotros,<br />

porque nada sabemos de Moisés, el que nos sacó de la tierra de Egipto”. Aarón<br />

trata en vano de calmar a la multitud. Las hijas de Moab llaman a los<br />

sacerdotes fenicios llegados con una caravana. Éstos traen una estatua de<br />

Astaroth de madera y la elevan sobre un altar de piedra. <strong>Los</strong> rebeldes<br />

obligan a Aarón, bajo amenaza de muerte, a fundir el becerro de oro, una de<br />

las formas de Belphegor. Se sacrifican toros y machos cabríos a los dioses<br />

extranjeros, se dedican a beber, a comer, y las danzas lascivas, dirigidas por<br />

las hijas de Moab, comienzan alrededor de los ídolos, al son de las<br />

zambombas, de los kinnors y de los panderos agitados por las mujeres.<br />

<strong>Los</strong> setenta Ancianos, elegidos por Moisés para la custodia <strong>del</strong> arca,<br />

han tratado en vano de detener aquel desorden con sus amonestaciones. Ahora<br />

se sientan en tierra con la cabeza cubierta de ceniza. Agrupados alrededor<br />

<strong>del</strong> tabernáculo <strong>del</strong> arca, oyen con consternación los gritos salvajes, los cantos<br />

voluptuosos, las invocaciones a los dioses malditos, demonios de lujuria y de<br />

crueldad. Ven con horror a aquel pueblo desenfrenado y rebelado contra su<br />

Dios. ¿Qué va a ser <strong>del</strong> Arca, <strong>del</strong> Libro y de Israel, si Moisés no vuelve?.<br />

Moisés vuelve. De su gran recogimiento, de su soledad en el monte de<br />

Aelohim, trae la Ley sobre tabletas de piedra. (En la antigüedad, las cosas<br />

escritas sobre la piedra pasaban por ser las más sagradas. El hierofante de<br />

Eleusis leía a los iniciados, en tablas de piedra, cosas que juraban no<br />

decir a nadie y no se encontraban escritas en parte alguna). Llegado al<br />

campo, ve las danzas, la bacanal de su pueblo ante los ídolos de Astaroth y<br />

de Belphegor. A la vista <strong>del</strong> sacerdote de Osiris, <strong>del</strong> profeta de Aelohim,<br />

las danzas cesan, los sacerdotes extranjeros huyen, los rebeldes vacilan. La<br />

cólera hierve en Moisés como un fuego devorador. Rompe las tablas de<br />

piedra, y se ve que aniquilaría a todo su pueblo y que Dios está en él.<br />

Israel tiembla, pero los rebeldes lanzan miradas de odio disimuladas<br />

bajo el miedo. Una palabra, un gesto de vacilación de parte <strong>del</strong> jefe<br />

profeta, y la hidra de la anarquía idolatra va a elevar contra él sus mil<br />

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