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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

divanes en forma de tricliniums, dispuestos alrededor de la mesa. Cuando<br />

trajeron el cordero pascual, los vasos llenos de vino y la copa preciosa, el cáliz<br />

de oro prestado por el amigo desconocido, Jesús, colocado entre Juan y Pedro,<br />

dijo: “He deseado ardientemente comer con vosotros esta Pascua, porque os<br />

digo que no comeré en otra hasta que se celebre en el reino <strong>del</strong> cielo”. (Lucas,<br />

XXII, 15). Después de esas palabras, los semblantes se oscurecieron y la<br />

atmósfera se entenebreció. “El discípulo que Jesús amaba”, y que era el único<br />

que lo adivinaba todo, inclinó en silencio su cabeza sobre el pecho <strong>del</strong><br />

Maestro. Según costumbre de los judíos en la comida de Pascuas, comieron en<br />

silencio las hierbas amargas y el charoset. Entonces Jesús tomó el pan y<br />

habiendo dado gracias, lo partió y distribuyó diciendo: “Éste es mi cuerpo, que<br />

os doy: haced esto en memoria mía”. De igual modo les dio la copa después<br />

de la comida; diciéndoles: “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre que se<br />

vierte por vosotros”. (Lucas, XXII, 19-20).<br />

Tal es la institución de la cena en toda su sencillez. Ella contiene más<br />

cosas que las que se dice y sabe comúnmente. No solamente ese acto<br />

simbólico y místico es la conclusión y resumen de la enseñanza de Cristo, sino<br />

que también es la consagración y rejuvenecimiento de un símbolo muy<br />

antiguo de la iniciación. Entre los iniciados de Egipto y Caldea, como entre<br />

los profetas y los esenios, el ágape fraternal marcaba el primer grado de la<br />

iniciación. La comunión bajo la especie <strong>del</strong> pan, ese fruto de la espiga,<br />

significaba el conocimiento de los misterios de la vida terrestre, al mismo<br />

tiempo que el reparto de los bienes de la tierra y por lo tanto la unión perfecta<br />

de los hermanos afiliados. En el grado superior, la comunión bajo la especie<br />

<strong>del</strong> vino, esa sangre de la vid penetrada por el Sol, significaba la partición de<br />

los bienes celestes, la participación en los misterios espirituales y en la ciencia<br />

divina. Jesús, al legar esos símbolos a los apóstoles, los amplió, pues a través<br />

de ellos extiende la fraternidad y la iniciación, antes limitada a algunos, a la<br />

humanidad entera. Añade el más profundo de los misterios, la mayor de las<br />

fuerzas: la de su sacrificio. De éste forma la cadena <strong>del</strong> amor invisible, pero<br />

infrangibie, entre él y los suyos. Ella dará a su alma glorificada un poder<br />

divino sobre aquellos corazones y sobre el de todos los hombres. Esa copa de<br />

la verdad, venida <strong>del</strong> fondo de las edades proféticas, ese cáliz de oro de la<br />

iniciación, que el anciano esenio le había presentado llamándole profeta, ese<br />

cáliz <strong>del</strong> amor celeste que los hijos de Dios le habían ofrecido en el transporte<br />

de su más dulce éxtasis, — esa copa donde ahora ve relucir su propia sangre<br />

― la tiende a sus discípulos bien amados con la ternura inefable <strong>del</strong> adiós<br />

supremo.<br />

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