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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

verbo entreabre a los ojos de los auditorios el cielo que brilla estrellado sobre<br />

la palabra <strong>del</strong> maestro. Ven en él las humildes virtudes, no ya como mujeres<br />

pobres esqueléticas, con vestidos grises de penitentes, sino transformadas en<br />

beatitudes, en vírgenes de luz, esfumando con su resplandor el brillo de las<br />

flores de lis y el poder de Salomón. En el aura de su gloria, ellas difunden en<br />

los corazones sedientos los perfumes <strong>del</strong> reino celeste.<br />

Lo maravilloso es que ese reino no florece en las lejanías <strong>del</strong> cielo, sino<br />

en lo interno de los asistentes. Cambian entre sí miradas de asombro; (ellos,<br />

pobres en espíritu, se han vuelto de repente tan ricos!. Más poderoso que<br />

Moisés, el mago <strong>del</strong> alma ha herido su corazón; una fuente inmortal brota de<br />

éste. Su enseñanza popular está contenida en esta palabra: “¡el reino <strong>del</strong> cielo<br />

está dentro de vosotros!”. Además les expone los medios necesarios para<br />

alcanzar esa dicha inaudita y no se admiran ya de las cosas extraordinarias que<br />

les pide; matar hasta el deseo <strong>del</strong> mal, perdonar las ofensas, amar a sus<br />

enemigos. Tan pujante es el río de amor que de su corazón desborda, que les<br />

arrastra. En su presencia, todo les parece fácil. Inmensa novedad, singular<br />

osadía de esta enseñanza: el profeta galileo coloca la vida interior <strong>del</strong> alma<br />

sobre todas las prácticas exteriores, lo invisible sobre lo visible, el\ reino de<br />

los cielos sobre los bienes de la tierra. Ordena que se escoja entre Dios y<br />

Mammón. Resu- miendo en fin su doctrina, dice: “Amad a vuestro prójimo<br />

como a vosotros mismos y sed perfectos como lo es vuestro Padre celeste”.<br />

Dejaba entrever asi bajo una forma popular, toda la profundidad de la moral y<br />

de la ciencia. Porque el supremo mandamiento de la iniciación es el reproducir<br />

la perfección divina en la perfección <strong>del</strong> alma, y el secreto de la ciencia reside<br />

en la cadena de las semejanzas y de las correspondencias, que une en los<br />

círculos crecientes lo particular a lo universal, lo finito a lo infinito.<br />

Si tal fuese la enseñanza pública y puramente moral de Jesús, es<br />

evidente que dio, simultáneamente con ella, una enseñanza íntima a sus<br />

discípulos, enseñanza paralela, explicativa de la primera, que mostraba su lado<br />

oculto y penetraba hasta el fondo de las verdades espirituales, que él poseía de<br />

la tradición esotérica de los esenios y de su propia experiencia. Habiendo sido<br />

violentamente ahogada por la Iglesia esa tradición, a partir <strong>del</strong> siglo II, la<br />

mayor parte de los teólogos no conocen ya el verdadero alcance de las<br />

palabras <strong>del</strong> Cristo con su sentido, a veces doble y triple, y sólo ven el sentido<br />

primario o literal. Para quienes han profundizado la doctrina de los Misterios<br />

en la India, en Egipto y en Grecia, el pensamiento esotérico <strong>del</strong> Cristo anima<br />

no solamente sus menores palabras, sino también todos los actos de su vida.<br />

Visible ya en los tres sinópticos, aparece por completo en el Evangelio de<br />

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