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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

llamados ortodoxos, no significa una adhesión y una sumisión ciega de la<br />

inteligencia a dogmas abstractos e inmutables, sino una convicción <strong>del</strong> alma y<br />

una plenitud de amor capaces de desbordar de un alma para verterse en otra.<br />

Es una perfección que se comunica. Cristo ha dicho: “No basta que deis a los<br />

que os pueden devolver. <strong>Los</strong> peajeros hacen lo mismo. Ofreced a aquéllos que<br />

no puedan corresponderos”. “El amor de Cristo es un amor desbordante y<br />

sumergente”. (Rodolfo Steiner, Conferencias de Basilea sobre el Evangelio<br />

de Lucas).<br />

Tal es la predicación de este “Celeste Reino” que reside en la vida<br />

interior y que a menudo compara el Divino Maestro a un grano de mostaza.<br />

Sembrado en tierra convertiráse en erguida planta que a su vez producirá<br />

semillas a millares.<br />

Este celeste reino que subyace en nosotros contiene en germen todo lo<br />

demás. Ello basta a los sencillos, a los que Jesús dirá: “Bienaventurados los<br />

que no vieron y creyeron”.<br />

La vida interior contiene en sí la felicidad y la fuerza. Pero en el<br />

pensamiento de Cristo no es más que la antesala de un más vasto reino de<br />

infinitas esferas: el reino de su Padre, el mundo divino cuya senda quiere abrir<br />

de nuevo a todos los hombres y dar la esplendorosa visión a sus elegidos.<br />

Esperando, la ingente comunidad que rodea al Maestro se acrecienta y<br />

viaja con Él, acompañándole de una orilla a otra <strong>del</strong> lago, bajo los naranjales<br />

<strong>del</strong> llano y los almendros de los alcores, entre los trigos maduros y los blancos<br />

lirios de violada corola que salpican las hierbas de las montañas.<br />

Predica el Maestro el Reino de Dios a las multitudes desde una barca<br />

amarrada junto al puerto, en las diminutas sinagogas o bajo los grandes<br />

sicómoros <strong>del</strong> camino.<br />

La turba le llama ya el Mesías aun sin comprender el alcance de este<br />

nombre e ignorando hacia dónde les conducirá. Pero Él está allí y esto les<br />

basta.<br />

Tan sólo las mujeres presienten quizá su naturaleza sobrehumana y,<br />

adorándolo con amor lleno de ímpetus y turbaciones, alfombran su camino<br />

con flores. Él mismo gozaba en silencio, a manera de un Dios, de esta terrestre<br />

primavera de su Reino.<br />

Humanízase su divinidad y enternece frente a todas aquellas almas<br />

palpitantes que esperan de Él la salvación, mientras va desentrañando sus<br />

entremezclados destinos adivinando su porvenir. Sentía el gozo de esta<br />

floración de las almas como el callado esposo de las bodas de Cana gozaba de<br />

la esposa silente y perfumada en medio de su séquito de paraninfos.<br />

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