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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

las condecoraciones <strong>del</strong> Cordero, <strong>del</strong> Morueco, <strong>del</strong> León, <strong>del</strong> Lys, de la<br />

Abeja, suspendidas de cadenas macizas admirablemente trabajadas. Las<br />

corporaciones cerraban la marcha con sus emblemas y sus banderas<br />

desplegadas. (Véanse las pinturas murales de los templos de Thebas<br />

reproducidas en el libro de Francois Lenormant, y el capitulo sobre Egipto<br />

en La mission des Juifs, de M. Saínt-Yves d’Alveydre).<br />

Por la noche, barcas magníficamente empavesadas paseaban sobre lagos<br />

artificiales a las reales orquestas, en medio de las cuales se perfilaban, en<br />

posturas hieráticas, las bailarinas y tocadoras de tiorba.<br />

Pero aquella pompa aplastante no era lo que él buscaba. El deseo<br />

de penetrar el secreto de las cosas, la sed de saber: he ahí lo que le traía<br />

de tan lejos. Se le había dicho que en los santuarios de Egipto vivían<br />

magos, hierofantes en posesión de la ciencia divina. Él también quería<br />

entrar en el secreto de los dioses. Había oído hablar a un sacerdote de su<br />

país <strong>del</strong> Libro de los muertos, de su rollo misterioso que se ponía bajo la<br />

cabeza de las momias como un viático, y que contaba, bajo una forma<br />

simbólica, el viaje de ultratumba <strong>del</strong> alma, según los sacerdotes de<br />

Ammón-Rá. Él había seguido con ávida curiosidad y un cierto temblor<br />

interno mezclado de duda, aquel largo viaje <strong>del</strong> alma después de la vida;<br />

su expiación en una región abrasadora; la purificación de su envoltura<br />

sideral; su encuentro con el mal piloto sentado en una barca con la cabeza<br />

vuelta, y con el buen piloto que mira de frente; su comparecencia ante los<br />

cuarenta y dos jueces terrestres; su justificación por Toth; en fin, su entrada<br />

y transfiguración en la luz de Osiris. Podemos juzgar <strong>del</strong> poder de aquel<br />

libro y de la revolución total que la iniciación egipcia operaba a veces en<br />

los espíritus, por este pasaje <strong>del</strong> Libro de los muertos: “Este capítulo fue<br />

encontrado en Hermópolis en escritura azul sobre una losa de alabastro, a<br />

los pies <strong>del</strong> Dios Toth (Hermes), <strong>del</strong> tiempo <strong>del</strong> rey Menkara, por el<br />

príncipe Hastatef, cuando iba de viaje para inspeccionar los templos. Llevó<br />

él la piedra al templo real. ¡Oh gran secreto!; él no vio más ni oyó más<br />

cuando leyó aquel capítulo puro y santo; no se aproximó más a ninguna<br />

mujer ni comió más carne ni pescado”. (Libro de los muertos, capítulo<br />

LXIV). Pero ¿Qué había de verdadero en aquellas narraciones turbadoras, en<br />

aquellas imágenes hieráticas tras las cuales se esfumaba el terrible misterio<br />

de ultratumba? — Isis y Osiris lo saben — le decían. Pero ¿Quiénes eran<br />

aquellos dioses de quienes sólo se hablaba con un dedo sobre los labios?.<br />

Para saberlo el extranjero llamaba a la puerta <strong>del</strong> gran templo de Thebas o<br />

de Memphis. Varios servidores le conducían bajo el pórtico de un patio<br />

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