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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

advocatus Diaboli, advocatus Dei. Jesús, impasible, de pie en el centro con su<br />

túnica blanca de esenio. Oficiales de justicia, armados de correas y de cuerdas,<br />

le rodean con los brazos desnudos, la mano en la cadera y la mirada dura.<br />

Todos son testigos de cargo, ni un solo defensor. El pontífice, el juez supremo,<br />

es el acusador principal; el proceso se dice ser una medida de salud pública<br />

contra un crimen de lesa religión; en realidad la venganza preventiva de su<br />

sacerdocio inquieto que se siente amenazado en su poder.<br />

Caifas se levanta y acusa a Jesús de ser un seductor <strong>del</strong> pueblo, un<br />

mesit. Algunos testigos recogidos en la multitud declaran contradiciéndose.<br />

Por fin uno de ellos da cuenta de estas palabras, consideradas como una<br />

blasfemia y que el Nazareno había lanzado más de una vez a la cara de los<br />

fariseos, bajo el pórtico de Salomón: “Yo puedo destruir el templo y<br />

levantarlo en tres días”. Jesús calla. “¿No respondes?”, dice el sumo sacerdote.<br />

Jesús, que sabe que será condenado y no quiere prodigar su verbo inútilmente,<br />

guarda silencio. Más, aun probadas aquellas palabras, esto no basta para<br />

motivar una pena capital. Es precisa otra confesión más grave. Para obtenerla<br />

<strong>del</strong> acusado, el hábil saduceo Caifas le dirige una pregunta de honor, la<br />

cuestión vital de su misión. La mayor habilidad consiste con frecuencia en ir<br />

rectamente al hecho esencial. “Si eres el Mesías, dínoslo”. Jesús responde al<br />

pronto de un modo evasivo, prueba que se da cuenta de la estratagema: “Si os<br />

lo digo no me creeréis; y si os lo pregunto no me responderéis”. No habiendo<br />

logrado Caifas lo que se proponía con su pregunta capciosa de juez de<br />

instrucción, usa de su derecho de gran pontífice y dice con solemnidad: “Yo te<br />

conjuro, por el Dios vivo, a que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios”.<br />

Interpelado así, reducido a desdecirse o afirmar su misión ante el más elevado<br />

representante de la religión de Israel, Jesús no duda ya y responde<br />

tranquilamente: “Tú lo has dicho; pero en verdad os digo que desde ahora<br />

veréis al Hijo de Dios sentado a la diestra de la Fuerza y venir sobre las nubes<br />

<strong>del</strong> cielo”. (Mateo, XXVI, 64). Al expresarse así, en el lenguaje profético de<br />

Daniel y el libro de Enoch, el iniciado esenio Iéhoshua ya no habla a Caifas<br />

como individuo. Sabe que el saduceo agnóstico es incapaz de comprenderle.<br />

Habla al soberano pontífice de Jehovah, y a través de él a todos los pontífices<br />

futuros, a todos los sacerdotes de la tierra, y les dice: “Después de mi misión<br />

sellada por mi muerte, el reino de la Ley religiosa sin explicación ha<br />

terminado en principio y de hecho. <strong>Los</strong> Misterios serán revelados y el hombre<br />

verá lo divino a través de lo humano. Las religiones y los cultos que no sepan<br />

demostrarse y vivificarse uno por lo otro, quedarán sin autoridad alguna”. He<br />

aquí, según el esoterismo de los profetas y de los esenios, el sentido de la<br />

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