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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Zebedeo, los cuatro pescadores de profesión y de familias acomodadas,<br />

formaron el núcleo de los apóstoles. Al comienzo de su carrera, Jesús se<br />

muestra en su casa de Capharnaum, a orillas <strong>del</strong> lago de Genezareth, donde<br />

tenían ellos sus pesquerías. Vive entre ellos, les enseña, convierte a toda la<br />

familia. Pedro y Juan se destacan en primer lugar y dominan desde arriba a los<br />

doce como las dos figuras principales. Pedro, corazón recto y sencillo, espíritu<br />

candido y limitado, tan propicio a la esperanza como al descorazonamiento,<br />

pero hombre de acción capaz de conducir a los otros por su enérgico carácter y<br />

su fe absoluta. Juan, naturaleza concentrada y profunda, de entusiasmo tan<br />

fervoroso que Jesús le llamaba “hijo <strong>del</strong> trueno”. Unamos a esto el espíritu<br />

intuitivo, alma ardiente casi siempre replegada sobre sí misma, de costumbres<br />

soñadoras y tristes, con explosiones formidables, furores apocalípticos, pero<br />

también con profundidades de ternura que los otros son incapaces de<br />

sospechar, que sólo el maestro ha visto. Él solo, el silencioso, el<br />

contemplativo, comprenderá el pensamiento íntimo de Jesús. Será el<br />

Evangelista <strong>del</strong> amor y de la inteligencia divina, el apóstol esotérico por<br />

excelencia.<br />

Persuadidos por su palabra, convencidos por sus obras, dominados por<br />

su grande inteligencia y envueltos en su irradiación magnética, los apóstoles<br />

seguían al maestro de aldea en aldea. Las predicaciones populares alternaban<br />

con las enseñanzas íntimas. Poco a poco les abría su pensamiento. Sin<br />

embargo, guardaba aún un silencio profundo sobre sí mismo, sobre su papel,<br />

sobre su porvenir. Les había dicho que el reino <strong>del</strong> cielo estaba próximo, que<br />

el Mesías iba a venir. Ya los apóstoles murmuraban entre si ¡Él es!, y lo<br />

repetían a los demás. Pero Jesús, con dulce gravedad, se llamaba senci-<br />

llamente “el Hijo <strong>del</strong> Hombre”, expresión cuyo sentido esotérico no<br />

comprendían aún los apóstoles, pero que parecía querer decir en su boca:<br />

mensajero de lá humanidad doliente. Porque añadía: “los lobos tienen su<br />

guarida, mas el Hijo <strong>del</strong> Hombre no tiene dónde reposar su cabeza”. <strong>Los</strong><br />

apóstoles no veían aún en él al Mesías, y según la idea judaica popular, y en<br />

sus candidas esperanzas, concebían el reino <strong>del</strong> cielo como un Gobierno<br />

político, <strong>del</strong> cual Jesús sería el rey coronado y ellos los ministros. Combatir<br />

esa idea, transformarla de arriba abajo, revelar a sus apóstoles el verdadero<br />

Mesías, el reino espiritual; comunicarles esa verdad sublime que él llamaba el<br />

Padre, esa fuerza suprema que llamaba Espíritu, fuerza misteriosa que une<br />

juntamente todas las almas con lo invisible; mostrarles por su verbo, por su<br />

vida y por su muerte lo que es un verdadero hijo de Dios; dejarles la<br />

convicción de que ellos y todos los hombres eran sus hermanos y podían<br />

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