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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

III<br />

JUVENTUD DE BUDA<br />

Entre las estribaciones nepalesas de los Himalayas y el río Rohini,<br />

prosperaba antaño la raza de los Sakias. Esta palabra significa los Poderosos.<br />

De vastas llanuras pantanosas empapadas por los torrentes de la<br />

montaña, el trabajo <strong>del</strong> hombre había hecho una comarca floreciente y rica,<br />

salpicada de tupidos bosques, de claros arrozales, de praderas llenas de<br />

abundoso pasto nutridor de espléndidos caballos y opulento ganado.<br />

Allí nació, en el siglo VI antes de nuestra era, un niño al que dieron por<br />

nombre Sidarta. Su padre, Sudodana, era uno de los muchos reyes <strong>del</strong> país,<br />

soberanos en su dominio como lo son aún oficialmente los rajas de hoy día. El<br />

nombre de Gautama, que la tradición otorga al fundador <strong>del</strong> budismo, parece<br />

indicar una familia de cantores védicos de este nombre, sus ascendientes<br />

paternos.<br />

Ante el altar doméstico donde ardía el fuego de Agni, el niño fue<br />

consagrado a Brahmá. Él debía ser también cantor y encantador de almas, pero<br />

cantor de un género único. No celebraría la Aurora de rosados senos y de<br />

brillante diadema ni el Dios solar de arco centelleante, ni el Amor que tiene<br />

por flechas flores y cuyo aliento aturde como violento perfume. Él entonaría<br />

una melodía fúnebre, grandiosa y extraña, intentando envolver a los dioses y a<br />

los hombres en el estrellado sudario de su Nirvana.<br />

<strong>Los</strong> grandes ojos fijos de este niño, lucientes bajo una frente<br />

extraordinariamente comba (así la tradición ha figurado siempre a Buda),<br />

contemplaban al mundo con asombro. Había en ellos abismos de tristeza y de<br />

evocación.<br />

Gautama pasó su infancia en el lujo y la ociosidad. Todo le sonreía en el<br />

suntuoso jardín de su padre; los bosquecillos de rosales, los estanques<br />

esmaltados de lotos, las gacelas familiares, los antílopes domesticados y las<br />

aves de múltiple plumaje sacudiéndose a la sombra de los ramajes de los<br />

asokas y de los mangos. Más nada podía ahuyentar la sombra precoz que<br />

velaba su semblante, nada podía calmar la inquietud de su corazón. Era de<br />

aquellos que apenas hablan porque piensan mucho.<br />

Dos cosas lo diferenciaban <strong>del</strong> resto de los hombres, alejándolo de sus<br />

semejantes como un abismo sin fondo: por un lado, la piedad sin límites por el<br />

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