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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

la obra <strong>del</strong> creador de Israel sería incomprensible sin esto). Hosarsiph era<br />

ante todo el hijo <strong>del</strong> templo, porque se había criado entre sus columnas.<br />

Dedicado a Isis y a Osiris por su madre, se le había visto desde su adolescencia<br />

como levita, en la coronación <strong>del</strong> Faraón, en las procesiones sacerdotales de<br />

las grandes fiestas, llevando el ephod, el cáliz o los incensarios; luego, en el<br />

interior <strong>del</strong> templo, grave y atento, prestando oído a las orquestas sagradas, a<br />

los himnos y a las enseñanzas de los sacerdotes. Hosarsiph, era de pequeña<br />

estatura, tenía aspecto humilde y pensativo y ojos negros penetrantes, de<br />

una fijeza de águila y de una profundidad inquietante. Le habían llamado<br />

“el silencioso”; tan concentrado era, casi siempre mudo. Frecuentemente<br />

tartamudeaba al hablar, como si buscase las palabras o temiese expresar su<br />

pensamiento. Parecía tímido. Luego, de repente un rayo, una idea terrible<br />

estallaba en una palabra y dejaba tras ella un surco de relámpagos. Se<br />

comprendía entonces que si alguna vez “el silencioso” se lanzaba a obrar por<br />

cuenta propia, sería de un atrevimiento terrible. Ya se dibujaba entre sus<br />

cejas el pliegue fatal de los hombres predestinados a las grandes empresas; y<br />

sobre su frente se cernía una nube amenazadora.<br />

Las mujeres temían la mirada de aquel joven levita, mirada insondable<br />

como la tumba, y su cara impasible como la puerta <strong>del</strong> templo de Isis. Se<br />

hubiese dicho que presentían un enemigo <strong>del</strong> sexo femenino en aquel futuro<br />

representante <strong>del</strong> principio viril en religión, en cuanto tiene de más<br />

absoluto y de más intratable.<br />

Entre tanto su madre, la princesa real, soñaba para su hijo el trono de<br />

los Faraones. Hosarsiph era más inteligente que Menephtah; él podía esperar<br />

una usurpación con el apoyo <strong>del</strong> sacerdocio. <strong>Los</strong> Faraones, es cierto,<br />

designaban sus sucesores entre sus hijos. Pero algunas veces los sacerdotes<br />

anulaban la decisión <strong>del</strong> príncipe después de su muerte, en interés <strong>del</strong> Estado.<br />

Más de una vez separaron <strong>del</strong> trono a los indignos y a los débiles para dar<br />

el cetro a un iniciado real. Ya Menephtah estaba celoso de su primo; Ramsés<br />

tenía fija la mirada sobre él y desconfiaba <strong>del</strong> levita silencioso.<br />

Un día, la madre de Hosarsiph encontró a su hijo en el Serapeum de<br />

Memphis, plaza inmensa, sembrada de obeliscos, de mausoleos, de templos<br />

pequeños y grandes, de arcos de triunfo, especie de museo a cielo abierto de<br />

las glorias nacionales, adonde se llegaba por una avenida de seiscientas<br />

esfinges. Ante su madre real, el levita se inclinó hasta tierra y esperó, según<br />

la costumbre, que ella le dirigiese la palabra.<br />

— Vas a penetrar en los misterios de Isis y de Osiris, le dijo. Durante<br />

largo tiempo no te veré, hijo mío. Pero no olvides que eres de la sangre de<br />

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