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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Una vaga espera estaba suspendida sobre los pueblos. En el exceso de<br />

sus males, la humanidad entera presentía su salvador. Hacía siglos que las<br />

mitologías soñaban con un niño divino. <strong>Los</strong> templos de él hablaban en el<br />

misterio; los astrólogos calculaban su venida; sibilas <strong>del</strong>irantes habían<br />

vociferado la caída de los dioses paganos. <strong>Los</strong> iniciados habían anunciado que<br />

un día había de llegar en que el mundo sería gobernado por uno de los suyos,<br />

por un hijo de Dios. (Tal es el sentido esotérico de la bella leyenda de los<br />

reyes magos, viniendo <strong>del</strong> fondo <strong>del</strong> Oriente a adorar al niño de Belén). La<br />

tierra esperaba un rey espiritual que fuese comprendido por los pequeños, los<br />

humildes y los pobres.<br />

El gran Esquilo, hijo de un sacerdote de Eleusis, estuvo a punto de<br />

perecer a manos de los Atenienses, porque se atrevió a decir, por boca de su<br />

Prometeo, que el reino de Júpiter-Destino terminaría. Cuatro siglos más tarde,<br />

a la sombra <strong>del</strong> trono de Augusto, el dulce Virgilio anunció una edad nueva<br />

soñando con un niño maravilloso: “Ha llegado esa última edad predicha por la<br />

sibila de Cumes, el gran orden de los siglos agotados vuelve a empezar; ya<br />

vuelve la Virgen y con ella el reino de Saturno; ya de lo alto de los cielos<br />

desciende una raza nueva. Este niño, cuyo nacimiento debe desterrar el siglo<br />

<strong>del</strong> hierro y traer la edad de oro al mundo entero, dígnate, casta Luciana,<br />

protegerle; ya reina Apolo tu hermano. Mira balancearse el mundo sobre su<br />

eje quebrantado; mira la tierra, los mares en su inmensidad, el cielo y su<br />

bóveda profunda, la naturaleza entera estremecerse con la esperanza <strong>del</strong> siglo<br />

futuro”.**<br />

¿Dónde nacerá ese niño?. ¿De qué mundo divino vendrá su alma?. ¿Por<br />

medio de qué relámpago de amor descenderá a la tierra?. ¿Por qué maravillosa<br />

fuerza, por qué sobrehumana energía recordará el cielo abandonado?. ¿Por qué<br />

esfuerzo gigantesco sabrá resurgir desde el fondo de su conciencia terrestre y<br />

arrastrar tras sí la humanidad?.<br />

Nadie hubiese podido decirlo, pero le esperaba. Herodes el Grande, el<br />

usurpador idóneo, el protegido de César-Augusto, agonizaba entonces en su<br />

castillo de Cypros, en Jericó, después de un reinado suntuoso y sangriento que<br />

había cubierto la Judea de palacios espléndidos y de hecatombes humanas.<br />

Expiraba de una horrible enfermedad, de una descomposición de la sangre,<br />

odiado de todos, roído de furor y de remordimientos, frecuentado por los<br />

espectros de sus innumerables víctimas, entre las cuales se encontraba su<br />

inocente mujer la noble Mariana, de la sangre de los Macabeos, y tres de sus<br />

propios hijos. Las siete mujeres de su harem habían huido ante el fantasma<br />

real, que vivo aún, olía ya a sepulcro. Sus mismos guardias le habían<br />

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