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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

más y más en el culto de la materia. Krishna le revela la idea <strong>del</strong> Verbo<br />

divino; ella no lo olvidará ya. Y tendrá tanta más sed de redentores y de hijos<br />

de Dios cuanto más profundamente sienta su descenso. Después de Krishna,<br />

hay como una poderosa irradiación <strong>del</strong> verbo solar a través de los templos de<br />

Asia, de África y de Europa. En Persia, es Mithras, el reconciliador <strong>del</strong><br />

luminoso Ormuzd y <strong>del</strong> sombrío Ahrimán; en Egipto, es Horus, el hijo de<br />

Osiris y de Isis; en Grecia, es Apolo, el Dios <strong>del</strong> Sol y de la Tierra; es<br />

Dionisos, el resucitador de las almas. En todas partes el dios solar es un dios<br />

mediador, y la luz es también la palabra de vida. ¿No es de ella también de<br />

donde brotó la idea mesiánica?. Sea de ello lo que quiera, por Krishna entró<br />

esa idea en el mundo antiguo; por Jesús irradiará sobre toda la tierra.<br />

Mostraré en lo que sigue de esta historia secreta de las religiones, cómo<br />

la doctrina <strong>del</strong> ternario divino se liga a la <strong>del</strong> alma y de su evolución, cómo y<br />

por qué ellas se suponen y se completan recíprocamente. Digamos ante todo<br />

que su punto de contacto forma el centro vital, el foco luminoso de la doctrina<br />

esotérica. A no considerar las grandes religiones de la India, <strong>del</strong> Egipto, de<br />

Grecia y de Judea más que por el lado exterior, no se ve otra cosa que<br />

discordia, superstición, caos. Pero sondead los símbolos, interrogad a los<br />

misterios, buscad la doctrina madre de los fundadores y de los profetas, y la<br />

armonía se hará en la luz. Por diversos caminos, con frecuencia tortuosos, se<br />

llegará al mismo punto; de suerte que penetrar en el arcano de una de esas<br />

religiones, es también penetrar en los de las otras. Entonces sé produce un<br />

fenómeno extraño. Poco a poco, pero en una esfera creciente, se ve brillar la<br />

doctrina de los iniciados en el centro de las religiones, como un sol que disipa<br />

su nebulosa. Cada religión aparece como un planeta distinto. Con cada una de<br />

ellas cambiamos de atmósfera y de orientación celeste, pero siempre el mismo<br />

Sol nos ilumina. La India, la gran soñadora, nos sumerge con ella en el sueño<br />

de la eternidad. El Egipto grandioso, austero como la muerte, nos invita al<br />

viaje de ultratumba. La Grecia encantadora nos arrastra a las fiestas mágicas<br />

de la vida, y da a sus misterios la seducción de las formas, tan pronto<br />

encantadoras como terribles, de su alma siempre apasionada. Pitágoras, en fin,<br />

formula científicamente la doctrina esotérica, le da quizá la expresión más<br />

completa y más sólida que haya jamás tenido; Platón y los Alejandrinos no<br />

fueron más que sus vulgarizadores. Acabamos de remontarnos hasta su fuente<br />

en los juncares <strong>del</strong> Ganges y las soledades <strong>del</strong> Himalaya.<br />

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