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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

valle verde y fecundo. Varios erguidos picachos formaban un amplio círculo.<br />

Aquí y allá ahumaban campos de labor. A lo lejos, un pórtico construido con<br />

troncos de árbol, dominaba un grupo de chozas, dentro de un cerco de<br />

empalizada. Deslizábase un río entre un tapiz de crecido césped, salpicado de<br />

silvestres flores. Remontó su cauce y distinguió un bosque de odorantes pinos.<br />

En lo más profundo, al pie de un roquedal, dormía una fuente límpida, de<br />

incomparable azul.<br />

Una mujer vestida de blanco lino, arrodillada cerca <strong>del</strong> agua, llenaba un<br />

recipiente de cobre. Levantóse luego y colocó el ánfora sobre su cabeza. Tenía<br />

ella el soberbio aspecto de las montaraces de tribus arias. Un aro de oro<br />

sujetaba sus cabellos negros. Bajo el arco de sus pestañas unidas en el recio<br />

nacimiento de su corva nariz, brillaban dos ojos de negrura opaca. Translucían<br />

aquellos ojos una tristeza impenetrable y emergían de ellos, de vez en cuando,<br />

dárdicos centelleos parecidos a un relámpago azul brotado de una nube<br />

sombría.<br />

— ¿A quién pertenece este valle?. — preguntó el cazador extraviado.<br />

— Aquí reina el patriarca Vahumano, guardián <strong>del</strong> puro Fuego y<br />

servidor <strong>del</strong> Altísimo — contestó la joven.<br />

— ¿Cómo te llamas, noble mujer? — Me dieron el nombre de este río,<br />

llamado Arduizur (Fuente de luz). ¡Pero vigila, extranjero!. El maestro ha<br />

dicho: Aquel que beba en sus aguas, se abrasará en sed inextinguible. Sólo un<br />

Dios podrá apagarla...<br />

Una vez más los ojos opacos de la joven se posaron sobre el<br />

desconocido. Y él vibró esta vez como una flecha de oro. Luego, volvióse la<br />

mujer y desapareció a lo lejos, bajo los pinos odorantes.<br />

Centenares de flores blancas y rojas, amarillas y azules, inclinaban en<br />

haces sus pétalos y sus cálices sobre la fontana azul. Ardjasp se inclinó<br />

también. La sed le devoraba y bebió a largos sorbos, en el hueco de su mano,<br />

el agua cristalina.<br />

Después se fue sin preocuparse ya más de aquella aventura. Solamente<br />

le venía de vez en cuando a la memoria el verdeciente valle circuido de<br />

picachos inaccesibles, la fontana azul bajo los aromados pinos y la profunda<br />

noche de los ojos de Arduizur, lucientes de azulinas claridades y de fulgores<br />

áureos.<br />

Pasaron los años. El rey de los turanios, Zohak, venció a los arios. Para<br />

sojuzgar a las tribus nómadas se levantó en el Irán, sobre las estribaciones <strong>del</strong><br />

Indo-Krusch, en Baktra, (La moderna Balk, en Bactriana), una fortaleza, una<br />

ciudad de piedra. Allí convocó el rey Zohak a todas las tribus arias para que<br />

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