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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Roma). Toda la historia romana no es más que la consecuencia de ese pacto<br />

de iniquidad, por cuyo medio los Padres Conscriptos declararon la guerra a<br />

Italia al principio y después a todo el género humano. ¡Eligieron bien su<br />

símbolo!. La loba de bronce, que eriza su pelo salvaje y a<strong>del</strong>anta su cabeza de<br />

hiena sobre el Capitolio, es la imagen de aquel gobierno, el demonio que<br />

poseerá hasta el final el alma romana.<br />

En Grecia, al menos se respetó siempre a los santuarios de Delfos y de<br />

Eleusis. En Roma se rechazó desde el principio la Ciencia y el Arte. La<br />

tentativa <strong>del</strong> sabio Numa, el iniciado etrusco, fracasó ante la ambición<br />

sospechosa de los Padres Conscriptos. Trajo consigo los libros sibilinos, que<br />

contenían una parte de la ciencia de Hermes. Creó jueces árbitros elegidos por<br />

el pueblo, distribuyó tierras, elevó un Templo a la Buena Fe y a Jano,<br />

hierograma que significa la universalidad de la Ley; sometió el derecho de<br />

guerra a los Feciales. El rey Numa, que la memoria <strong>del</strong> pueblo no dejó de<br />

querer por considerarle inspirado por un genio divino, parece una intervención<br />

histórica de la ciencia sagrada en el gobierno. No representa al genio romano,<br />

sino al genio de la iniciación etrusca, que seguía los mismos principios que la<br />

escuela de Memfis y de Delfos.<br />

Después de Numa, el Senado romano quemó los libros sibilinos, arruinó<br />

la autoridad de los flamenes, destruyó las instituciones arbitrales y volvió a su<br />

sistema, en que la religión sólo era un instrumento de dominación política.<br />

Roma se convirtió en la hidra que devora a los pueblos con sus Dioses. Las<br />

naciones de la tierra fueron poco a poco sometidas y expoliadas. La prisión<br />

mamertina se llenó de reyes <strong>del</strong> Norte y <strong>del</strong> Mediodía. Roma, no queriendo<br />

más sacerdotes que esclavos y charlatanes, asesina en la Galia, en Egipto, en<br />

Judea y en Persia, a los últimos mantenedores de la tradición esotérica.<br />

Aparenta adorar a los Dioses, pero en realidad no adora más que a su loba. Y<br />

ahora, en una aurora sangrienta, aparece a los pueblos el último hijo de esa<br />

loba, que resume el genio de Roma. ¡César!. Roma ha absorbido a todos los<br />

pueblos; César, su encarnación, devora todos los poderes. César no aspira<br />

únicamente a ser emperador de las naciones; uniendo sobre su cabeza la tiara a<br />

la diadema, se hace nombrar gran pontífice. Después de la batalla de Thapsus,<br />

le votan la apoteosis divina; luego su estatua se erige en el templo de Quirinus,<br />

con un colegio de oficiantes que llevan su nombre: los sacerdotes Julianos. ―<br />

Por una suprema ironía y una suprema lógica de las cosas, ese mismo César,<br />

que se hace Dios, niega la inmortalidad <strong>del</strong> alma en pleno Senado. ― ¿Es<br />

bastante decir, que no hay más Dios que César?.<br />

Con los Césares, Roma, heredera de Babilonia, extiende su mano sobre<br />

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