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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

barba, sonreía a la madre y al niño, diciendo palabras que él no comprendía.<br />

Su madre le había recordado con frecuencia las palabras extrañas <strong>del</strong><br />

hierofante de Adonai: “¡Oh mujer de Jonia!, tu hijo será grande por la<br />

sabiduría; pero acuérdate de que si los Griegos poseen aún la ciencia de los<br />

Dioses; la ciencia de Dios no se encuentra más que en Egipto”. Aquellas<br />

palabras le volvían a la mente con la sonrisa materna, con el hermoso rostro<br />

<strong>del</strong> anciano y el estruendo lejano de la catarata, dominado por la voz <strong>del</strong><br />

sacerdote, en un paisaje grandioso como el sueño de otra vida. Por vez<br />

primera, adivinaba el sentido <strong>del</strong> oráculo. Había oído hablar <strong>del</strong> saber<br />

prodigioso de los sacerdotes egipcios y de sus misterios formidables; pero<br />

creía poder hacer de ellos caso omiso. Ahora había comprendido que le era<br />

precisa aquella “ciencia de Dios” para penetrar hasta el fondo de la<br />

Naturaleza, y que no la encontraría más que en los templos de Egipto. ¡Y era<br />

la dulce Parthenis quien, con su instinto de madre, le había preparado para<br />

aquella obra, le había llevado como una viviente Ofrenda al Dios soberano!.<br />

Desde entonces tomó la resolución de ír a Egipto para hacerse iniciar.<br />

Policrato se ufanaba de proteger a los filósofos así como a los poetas. El<br />

se apresuró a dar a Pitágoras una carta de recomendación para el faraón<br />

Amasis, que le presento a los sacerdotes de Memphis. Estos; sólo a duras<br />

penas le reciberon y después de muchas dificultades. <strong>Los</strong> sabios egipcios<br />

desconfiaban de los Griegos a quienes juzgaban ligeros e inconstantes, e<br />

hiceron todo lo posible por descorazonar al joven Samiano. Pero el novicio se<br />

sometió con una paciencia y un valor inquebrantables a las lentitudes y a las<br />

pruebas que le impusieron. Sabía de antemano que sólo llegaría al<br />

conocimiento por el pleno dominio de la voluntad sobre todo su ser. Su<br />

iniciación durante veintidós años bajo el pontifcado <strong>del</strong> sumo sacerdote<br />

Sonchis. Hemos contado en el libro de Hermes, las pruebas, las tentaciones,<br />

los espantos y los éxtasis <strong>del</strong> iniciado de Isis, hasta la muerte aparente y<br />

cataléptica <strong>del</strong> adepto y su resurreción en la luz de Osiris. Pitágoras atravesó<br />

por todas esas fases que permitían realizar, no como una vana teoría, sino<br />

como una cosa vívida, la doctrina <strong>del</strong> Verbo Luz o de la Palabra universal y la<br />

de la evolución humana a través de siete ciclos planetarios. A cada paso de<br />

aquella pertiginosa ascensión, las pruebas se renovaban más y más temibles.<br />

Cien veces se arriesgaba la vida, sobre todo si se quería llegar al manejo de las<br />

fuerzas ocultas, a la peligrosa práctica de la magia y de la teurgia.<br />

Como todos los grandes hombres, Pitágoras tenía fe en su estrella. Nada de lo<br />

que podía conducir a la ciencia era obstáculo para él y el temor a la muerte no<br />

le detenía, porque veía la vida en un más allá. Cuando los sacerdotes egipcios<br />

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