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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

propio herido. Judas, tipo de egoísmo frío y de positivismo absoluto, incapaz<br />

<strong>del</strong> menor idealismo, sólo por especulación mundana se había hecho discípulo<br />

<strong>del</strong> Cristo. Contaba con el triunfo terrestre inmediato <strong>del</strong> profeta, y con el<br />

provecho qué de esto sacaría. Nada había comprendido de esta profunda<br />

palabra <strong>del</strong> Maestro: “<strong>Los</strong> que quieran ganar su vida la perderán y los que<br />

quieran perderla la ganarán”. Jesús, en su caridad sin límites, le había<br />

admitido en el número de sus discípulos con la esperanza de cambiar su<br />

naturaleza. Cuando Judas vio que las cosas iban mal, que Jesús estaba perdido,<br />

sus discípulos comprometidos, frustradas todas sus esperanzas personales, su<br />

decepción se convirtió en rabia. El desgraciado denunció a aquel que, a sus<br />

ojos, era un falso Mesías y por el cual se creía engañado. Con su penetrante<br />

mirada, Jesús había adivinado lo que pasaba en el infiel apóstol. Decidió no<br />

evitar más el destino, cuya inextricable red se cerraba cada día más a su<br />

alrededor. Estaban en vísperas de Pascuas, y ordenó a sus discípulos que<br />

preparasen la comida en la ciudad, en casa de un amigo. Presentía que seria la<br />

última, y quería darle una solemnidad excepcional.<br />

Hemos llegado al último acto <strong>del</strong> drama mesiánico. Era necesario<br />

alcanzar en su fuente el alma y la obra de Jesús, iluminar interiormente los dos<br />

primeros actos de su vida: su iniciación y su carrera pública. El drama interior<br />

de su conciencia en ellos se ha desarrollado. El acto último de su vida, o el<br />

drama de la pasión, es la consecuencia lógica de los dos precedentes.<br />

Conocido de todos, se explica por sí solo. Porque lo propio de lo sublime es<br />

ser a la vez sencillo, inmenso y claro. El drama de la pasión ha contribuido de<br />

un modo poderoso a formar el cristianismo. Ha arrancado lágrimas a todos los<br />

hombres que tienen corazón, y ha convertido a millones de almas. En todas<br />

esas escenas, los Evangelios presentan una belleza incomparable. Juan mismo<br />

desciende de sus alturas. Su narración circunstanciada adquiere aquí la verdad<br />

punzante de un testigo ocular. Cada uno puede hacer revivir en sí mismo el<br />

drama divino, nadie puede corregirlo. Voy únicamente, para acabar este<br />

trabajo, a concentrar los rayos de la tradición esotérica sobre los tres<br />

acontecimientos esenciales por los que terminó la vida <strong>del</strong> divino Maestro: la<br />

santa Cena, el proceso <strong>del</strong> Mesías y la resurrección. Si hacemos luz sobre esos<br />

puntos, iluminarán el pasado de toda la carrera <strong>del</strong> Cristo, y el futuro <strong>del</strong><br />

cristianismo.<br />

<strong>Los</strong> doce formando trece con el Maestro, se habían reunido en las<br />

habitaciones superiores de una casa de Jerusalén. El desconocido amigo, el<br />

huésped de Jesús, había adornado la habitación con rico tapiz. Según la moda<br />

oriental, los discípulos y el Maestro se reclinaron tres a tres en cuatro anchos<br />

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