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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

que sus grandes iniciadores, sus héroes y sus filósofos, de Orfeo a Pitágoras, de<br />

Pitágoras a Platón y de éste a los Alejandrinos, dependen de este orden. Todos<br />

ellos reconocieron a Hermes por maestro.<br />

Volvamos al Génesis. En el pensamiento de Moisés, hijo también de<br />

Hermes, los diez primeros capítulos <strong>del</strong> Génesis constituían una verdadera<br />

ontología, según el orden y la filiación de los principios. Todo lo que tiene un<br />

comienzo debe tener un fin. El Génesis relata a la vez la evolución en el<br />

tiempo y la creación en la eternidad, la única digna de Dios.<br />

Me reservo el exponer en el Libro de Pitágoras un cuadro viviente de la<br />

teogonía y de la cosmogonía esotérica, en un esquema menos abstracto que el<br />

de Moisés y más cercano <strong>del</strong> espíritu moderno. A pesar de la forma politeísta,<br />

a pesar de la extrema diversidad de símbolos, el sentido de esta cosmogonía<br />

pitagórica, según la iniciación órfica y los santuarios de Apolo, es idéntica en<br />

el fondo a la <strong>del</strong> profeta de Israel. En Pitágoras está como iluminada por su<br />

complemento natural: la doctrina <strong>del</strong> alma y de su evolución. Se enseñaba en<br />

los santuarios griegos bajo los símbolos <strong>del</strong> mito de Perséfona. Se llamaba<br />

también la historia terrestre y celeste de Psiquis. Esta historia que<br />

corresponde a lo que el cristianismo llama la redención, falta por completo en<br />

el Antiguo Testamento. No porque Moisés y los profetas lo ignorasen, sino<br />

porque la juzgaban demasiado elevada para la enseñanza popular y la<br />

reservaban para la tradición oral de los iniciados. La divina Psiquis estuvo tan<br />

largo tiempo oculta bajo los símbolos herméticos de Israel, para personificarse<br />

al fin en la aparición etérea y luminosa de Cristo.<br />

En cuanto a la cosmogonía de Moisés, tiene la áspera concisión <strong>del</strong><br />

genio semítico y la precisión matemática <strong>del</strong> genio egipcio. El estilo <strong>del</strong> relato<br />

recuerda las figuras que revisten el interior de las tumbas de los reyes; rectas,<br />

secas y severas, encierran en su dura desnudez un misterio impenetrable. El<br />

conjunto hace pensar en una construcción ciclópea; pero acá y allá, como un<br />

chorro de agua entre los bloques gigantescos, el pensamiento de Moisés brota<br />

con la impetuosidad <strong>del</strong> fuego inicial entre los versículos temblorosos de los<br />

traductores. En los primeros capítulos, de incomparable grandeza, se siente<br />

pasar el aliento de Aelohim, que vuelve una a una las pesadas páginas <strong>del</strong><br />

universo.<br />

Antes de dejarlos, lancemos aún una mirada sobre algunos de esos<br />

poderosos jeroglíficos, compuestos por el profeta <strong>del</strong> Sinaí. Como la puerta de<br />

un templo subterráneo, cada uno da paso a una galería de verdades ocultas<br />

que iluminan con sus lámparas inmóviles la serie de los mundos y de los<br />

tiempos. Tratemos de penetrar en ellos con las claves de la iniciación.<br />

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