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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

tallados en la roca. Allí se llevaba a los que querían rendir homenaje a<br />

Kalayeni, para obtener de él algún poder secreto. Aparecía él en la<br />

entrada <strong>del</strong> templo en medio de una multitud de serpientes monstruosas,<br />

que se enroscaban alrededor de su cuerpo y se enderezaban al mando de<br />

su cetro, y obligaba a sus tributarios a prosternarse ante aquellos<br />

animales, cuyas cabezas entretejidas aparecían por encima de la suya. Al<br />

mismo tiempo, murmuraba una fórmula misteriosa. <strong>Los</strong> que habían<br />

ejecutado ese rito y adorado a las serpientes obtenían, a lo que se decía,<br />

inmensos favores y todo lo que deseaban. Pero caían irrevocablemente bajo<br />

el poder de Kalayeni y, de lejos o de cerca, eran ya sus esclavos. En<br />

cuanto trataban de desobedecerle, creían ver ante ellos al terrible mago<br />

rodeado por sus reptiles, y se veían cercados por sus cabezas silbantes,<br />

paralizados por sus ojos fascinadores. Kansa pidió a Kalayeni su alianza.<br />

El rey de los Yavanas le prometió el imperio de la tierra con la condición<br />

de casarse con su hija.<br />

Altiva como un antílope y flexible como una serpiente era la hija <strong>del</strong><br />

rey mago, la hermosa Nysumba, con sus arracadas de oro y sus senos de<br />

ébano. Su casa parecía una nube sombría matizada por la luna con reflejos<br />

azulados, sus ojos dos relámpagos, su boca ávida la pulpa de un fruto rojo<br />

con piñones blancos en su interior. Se hubiese dicho que era Kali misma, la<br />

diosa <strong>del</strong> Deseo. Bien pronto ella reinó como señora en el corazón de<br />

Kansa, y soplando sobre todas sus pasiones las convirtió en hoguera<br />

ardiente. Kansa tenía un palacio lleno de mujeres de todos los colores, pero<br />

no escuchaba más que a Nysumba.<br />

“— Tenga yo un hijo de ti, le dijo él, y será mi heredero. Entonces<br />

seré el dueño de la tierra y no temeré a nadie”.<br />

Más Nysumba no tenía hijos, y su corazón se irritaba. Envidiaba ella<br />

a las otras mujeres de Kansa, cuyos amores habían sido fecundos; hacía<br />

multiplicar a su padre los sacrificios a Kali; pero su seno continuaba estéril<br />

como la arena de un suelo tórrido. Entonces, el rey de Madura ordenó que<br />

se hiciera ante toda la ciudad el gran sacrificio <strong>del</strong> fuego, invocando a todos<br />

los Devas. Las mujeres de Kansa y el pueblo asistieron con gran pompa.<br />

Prosternados ante el fuego, los sacerdotes invocaron con sus cantos al gran<br />

Varuna, a Indra, los Acwins y los Maruts. La reina Nysumba se aproximó y<br />

arrojó al fuego un puñado de perfumes con gesto de desafío, pronunciando<br />

una fórmula mágica en idioma desconocido. El humo se espesó, las llamas<br />

subieron en torbellino, y los sacerdotes espantados, exclamaron:<br />

“— ¡Oh reina!. No son los Devas, sino los Rakshasas quienes han<br />

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