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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

encontró un anciano, un enfermo y un muerto. El aspecto de aquel cuerpo<br />

tambaleante y decrépito, de aquel apestado cuerpo cubierto de úlceras y de<br />

aquel cadáver en descomposición, debieron obrar sobre él con el poder <strong>del</strong><br />

rayo, revelándole el fin inevitable de toda vida y la más negra hondura de la<br />

miseria humana.<br />

Y entonces resolvió renunciar a la corona y abandonar para siempre su<br />

palacio, su familia y su hijo, para consagrarse a la vida ascética.<br />

Esta tradición condensa en una escena dramática y en tres ejemplos las<br />

experiencias y reflexiones de largos años. Más esos ejemplos conmueven al<br />

descubrir los móviles de toda existencia, revelando un carácter.<br />

Un documento pali que se remonta a un siglo después de muerto Buda y<br />

donde palpita todavía la tradición viviente, pone en boca de Gautama,<br />

dirigiéndose a sus discípulos: “Al hombre, en todo tiempo le ataja el disgusto<br />

y el horror ante la vejez”. Sabe que la vejez le acecha. Más agrega: “No me<br />

alcanzará. Pensándolo, siento que me inunda todo el ardor de la juventud”. De<br />

hecho, en todas las predicaciones de Buda y en toda la literatura budista, la<br />

vejez, la enfermedad y la muerte acuden sin cesar, como los inevitables males<br />

de la humanidad.<br />

Contaba Gautama veintinueve años cuando decidió abandonar<br />

definitivamente el palacio de su padre, rompiendo todo lazo con su vida<br />

pasada para buscar la liberación en la soledad y la verdad en la meditación. En<br />

frases simples y conmovedoras, la tradición relata su muda despedida a la<br />

esposa y al hijo: “Antes de marchar, piensa en su hijo recién nacido: «Quiero<br />

ver a mi niño». Se encamina al departamento de su esposa y la encuentra<br />

dormida sobre su lecho sembrado de flores, la mano sobre la cabecita <strong>del</strong><br />

infante. Gautama piensa: «Si aparto la mano de mi esposa para abrazar a mi<br />

hijo la despertaré. Cuando sea Buda volvere a ver a mi hijo». Fuera le<br />

esperaba su caballo Kantaka y el hijo <strong>del</strong> rey huyó sin que nadie le viera.<br />

Huyó lejos de su mujer y de su hijo, para hallar la paz <strong>del</strong> alma y brindarla al<br />

mundo y a los dioses. Tras de sí avanzaba, como una sombra, Mara, el<br />

tentador, acechando el momento en que un pensamiento de injusticia o de<br />

deseo brotara de aquella alma que luchaba por la salvación, un pensamiento<br />

que le diera fuerza sobre el odiado enemigo”. (Resumen de la leyenda por<br />

Oldenberg).<br />

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