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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Jesús, que sentía crecer interiormente su vocación profética, pero que<br />

buscaba aún su camino, vino también al desierto <strong>del</strong> Jordán, con algunos<br />

hermanos esenios que le seguían ya como a un maestro, Quiso ver al Bautista,<br />

oírle y someterse al bautismo público. Deseaba entrar en escena por un acto de<br />

humildad y de respeto hacia el profeta que osaba elevar su voz contra los<br />

poderes <strong>del</strong> día y despertar de su sueño el alma de Israel.<br />

Vio al rudo asceta, velludo y con largo cabello, con su cabeza de león<br />

visionario sobre un pulpito de madera, bajo un rústico tabernáculo, cubierto de<br />

ramas y de pieles de cabra. A su alrededor, entre los pequeños arbustos <strong>del</strong><br />

desierto, una multitud inmensa, todo un campamento: funcionarios, soldados<br />

de Herodes, samaritanos, levitas de Jerusalén, idumeos con sus rebaños,<br />

árabes detenidos allí con sus camellos, sus tiendas y sus caravanas por “la voz<br />

que retumba en el desierto”. Aquella voz tonante pasaba sobre las<br />

muchedumbres, y decía: “Enmendaos, preparad las vías <strong>del</strong> Señor, arreglad<br />

sus senderos”. Llamaba a los fariseos y a los saduceos “raza de víboras”.<br />

Agregaba que “el hacha estaba ya próxima a la raíz de los árboles”, y decía <strong>del</strong><br />

Mesías: “Yo sólo con agua os bautizo, pero él os bautizará con fuego”. Hacia<br />

la puesta <strong>del</strong> Sol, Jesús vio a aquellas masas populares agolparse hacia un<br />

remanso, a orillas <strong>del</strong> Jordán, y a mercenarios de Herodes, a bandidos, inclinar<br />

sus rudos espinazos bajo el agua que vertía el Bautista. Se aproximó él. Juan<br />

no conocía a Jesús, nada sabia de él, pero reconoció a un esenio por su<br />

vestidura de lino. Le vio, perdido entre la multitud, bajar al agua hasta que le<br />

llegó por la cintura e inclinarse humildemente para recibir la aspersión.<br />

Cuando el neófito se levantó, la mirada temible <strong>del</strong> predicador y la <strong>del</strong> Galileo<br />

se encontraron. El hombre <strong>del</strong> desierto se estremeció bajo aquel rayo de<br />

maravillosa dulzura, e involuntariamente dejó escapar estas palabras: “¿Eres el<br />

Mesías?”. (Sabemos que, según los Evangelios, Juan reconoció en seguida a<br />

Jesús como Mesías y le bautizó como tal. Sobre este punto su narración es<br />

contradictoria. Porque más tarde, Juan, prisionero de Antipas en Makerus,<br />

hace preguntar a Jesús: — ¿Eres tú el que debe venir, o debemos esperar a<br />

otro?. (Mateo, XI, 3). Esa duda tardía prueba que, si bien había sospechado<br />

que Jesús era el Mesías, no estaba completamente convencido. Pero los<br />

primeros redactores de los Evangelios eran judíos y deseaban presentar a<br />

Jesús como iniciado y consagrado por Juan Bautista, profeta judaico<br />

popular). El misterioso esenio nada respondió, pero inclinando su cabeza<br />

pensativa y cruzando sus manos sobre su pecho, pidió al Bautista su<br />

bendición. Juan sabía que el silencio era la ley de los esenios novicios.<br />

Extendió solemnemente sus dos manos; luego, el Nazareno desapareció con<br />

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