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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

caerás en el pecado, abandonando tu deber y tu fama. Todos los seres<br />

hablarán de tu infamia eterna, y la infamia es peor que la muerte para el que ha<br />

sido elevado a los hombres. (Principio <strong>del</strong> Bhagavad Gita).<br />

A estas palabras <strong>del</strong> maestro, Arjuna quedó sobrecogido de vergüenza, y<br />

sintió hervir su sangre real con su valor. Entonces se lanzó sobre su carro y dio<br />

la señal <strong>del</strong> combate. Krishna dijo adiós a su discípulo y dejó el campo de<br />

batalla, porque estaba seguro de la victoria de los hijos <strong>del</strong> Sol.<br />

Krishna había comprendido que, para hacer aceptar su religión a los<br />

vencidos, le era preciso ganar sobre su alma una última victoria, más difícil<br />

que la de las armas. De igual modo que el santo Vasichta había muerto<br />

atravesado por una flecha por revelar la verdad suprema a Krishna, así<br />

Krishna debía morir voluntariamente bajo los golpes de su enemigo mortal,<br />

para implantar hasta en el corazón de sus adversarios la fe que él había<br />

predicado a sus discípulos y al mundo. Sabía que el antiguo rey de Madura,<br />

lejos de hacer penitencia, se había refugiado en casa de su suegro Kalayeni, el<br />

rey de las serpientes. En su odio, siempre excitado por Nysumba, hacía vigilar a<br />

Krishna por espías, acechando la hora propicia para matarle. Krishna sentía,<br />

por otra parte, que su misión había terminado, y no pedía para ser completa<br />

más que el sello supremo <strong>del</strong> sacrificio. Por esta razón, cesó de evitar y de<br />

paralizar a su enemigo por el poder de su voluntad. Sabía que, si cesaba de<br />

defenderse por esta fuerza oculta, el golpe por largo tiempo meditado le<br />

alcanzaría en la sombra. Pero el hijo de Devaki quería morir lejos de los<br />

hombres, en las soledades <strong>del</strong> Himavat. Allí se sentiría más cerca de su madre<br />

radiante, <strong>del</strong> sublime anciano, y <strong>del</strong> sol de Mahadeva.<br />

Krishna partió, pues, para una ermita que se encontraba en un lugar<br />

silvestre y desolado, al pie de las altas cimas <strong>del</strong> Himavat. Ninguno de sus<br />

discípulos había penetrado sus designios. Sólo Sarasvati y Nichdali los leyeron<br />

en los ojos <strong>del</strong> maestro por la adivinación que reside en la mujer y en el amor.<br />

Cuando Sarasvati comprendió que él quería morir, se echó a sus pies, los besó<br />

con fuerza, y exclamó:<br />

— ¡Maestro, no nos dejes!.<br />

Nichdali le miró, y le dijo sencillamente:<br />

— Sé a donde vas. Puesto que te hemos amado, déjanos seguirte.<br />

Krishna respondió:<br />

— En mi cielo, nada se rehusará al amor. Venid.<br />

Después de un largo viaje, el profeta y las santas mujeres llegaron a unas<br />

cabañas agrupadas alrededor de un gran cedro sin hojas, sobre una montaña<br />

amarillenta y rocosa. Por un lado, las inmensas cúpulas de nieve <strong>del</strong> Himavat.<br />

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