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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

la voluptuosidad más que cuando consientas en ser inferior a ti mismo”, decía<br />

el maestro. Añadía que la voluptuosidad no existe por sí misma y la<br />

comparaba “al canto de las Sirenas, que al aproximarse a ellas se desvanecen,<br />

no dejando en el sitio que ocupaban más que huesos rotos y carnes sangrientas<br />

sobre un escollo roído por las olas, mientras que el verdadero goce es<br />

semejante al concierto de las Musas, que dejan en el alma una celeste<br />

armonía”. Pitágoras creía en las virtudes de la mujer iniciada, pero<br />

desconfiaba mucho de la mujer natural. A un discípulo que le preguntaba<br />

cuándo se le permitiría acercarse a una mujer, le respondió iróncamente:<br />

“Cuando estés cansado de tu reposo”.<br />

La jornada pitagórica se ordenaba de la manera siguiente. En cuanto el<br />

disco ardiente <strong>del</strong> sol salía de las ondas azules <strong>del</strong> mar Jónico y doraba las<br />

columnas <strong>del</strong> templo de las Musas, sobre la morada de los iniciados, los<br />

jóvenes pitagóricos cantabn un himno a Apolo, ejecutando una danza dórica<br />

de un carácter viril y sagrado. Después de las abluciones de rigor, daban un<br />

paseo al templo guardando el silencio. Cada despertar es una resurrección que<br />

tiene su flor de inocencia. El alma debía recogerse al comienzo <strong>del</strong> día y estar<br />

virgen para la lección de la mañana. En el bosque sagrado se agrupaban<br />

alrededor <strong>del</strong> maestro o de sus intérpretes, y la lección se prolongaba bajo la<br />

frescura de los grandes árboles o a la sombra de los pórticos. A mediodía se<br />

dirigía una plegaría a los héroes, a los genios benévolos. La tradición esotérica<br />

suponía que los buenos espíritus prefieren aproximarse a la tierra con la<br />

radiación solar, mientras que los malos espíritus frecuentan la sombra y se<br />

difunden en la atmósfera con la noche. La frugal comida de mediodía se<br />

componía generalmente de pan, de miel y de aceitunas. La tarde se consagraba<br />

a los ejercicios gimnásticos, luego al estudio, a la meditación y a un trabajo<br />

mental sobre la lección de la mañana. Después de la puesta <strong>del</strong> sol, se oraba en<br />

común, se cantaba un himno a los dioses cosmogónicos, a Júpiter celeste, a<br />

Minerva providencia, a Diana protectora de los muertos. Durante aquel<br />

tiempo, el incienso ardía sobre el altar al aire libre, y el himno mezclado con el<br />

perfueme subía dulcemente en el crepúsculo, mientras las primeras estrellas<br />

perforaban el pálido azul. El día terminaba con la comida ele la noche,<br />

después de la cual el más joven daba lectura a un libro, comentándolo el de<br />

más edad.<br />

Así transcurría la jornada pitagórica, límpida como un manatial, clara<br />

como una mañana sin nubes. El año se ritmaba según las grandes fiestas<br />

astronómicas. La vuelta de Apolo hiperbóreo y la celebración de los misterios<br />

de Ceres, reunían a los novicios e iniciados de todos grados, hombres y<br />

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