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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

extremo límite de Israel, oprimido, ahogado entre dos mundos que le<br />

rechazaban igualmente. Ante él, el mundo pagano, que aun no le comprendía y<br />

donde su palabra expiraba impotente; tras él, el mundo judío, el pueblo que<br />

apedreaba a sus profetas, se tapaba los oídos para no oír a su Mesías; la banda<br />

de los fariseos y de los saduceos acechaba su presa. ¿Qué valor sobrehumano,<br />

qué acción inaudita era, pues, precisa para romper todos aquellos obstáculos,<br />

para penetrar, más allá de la idolatría pagana y de la dureza judía, hasta el<br />

corazón de la humanidad doliente, que él amaba con todas sus fibras, y hacerla<br />

oír su verbo de resurrección?. Entonces, por una súbita inspiración, su<br />

pensamiento saltó y descendió el curso <strong>del</strong> Jordán, el río sagrado de Israel;<br />

voló <strong>del</strong> templo de Pan al templo de Jerusalén, midió toda la distancia que<br />

separaba al paganismo antiguo <strong>del</strong> pensamiento universal de los profetas y,<br />

remontando a su propia fuente, como el águila a su nido, consideró desde la<br />

angustia de Cesárea hasta la visión de Engaddi. De nuevo, vio surgir <strong>del</strong> Mar<br />

Muerto aquel fantasma terrible de la cruz... ¿Había llegado la hora <strong>del</strong> gran<br />

sacrificio?. Como todos los hombres, Jesús tenía en sí dos conciencias. Una<br />

terrestre, le mecía en la ilusión, diciéndole: ¡Quién sabe!, quizá evitaré el<br />

destino; la otra, divina, repetía implacablemente: el camino de la victoria pasa<br />

por la puerta de la congoja. ¿Era, por fin, preciso obedecer a ésta?.<br />

En todos los grandes momentos de su vida, vemos a Jesús retirarse a la<br />

montaña para orar. ¿No había dicho el sabio védico: “La oración sostiene el<br />

cielo y la tierra y domina a los Dioses”?. Jesús conocía aquella fuerza de las<br />

fuerzas. Habitualmente no admitía a ningún compañero en sus retiros, cuando<br />

descendía al arcano de su conciencia. Esta vez condujo a Pedro y a los dos<br />

hijos de Zebedeo, Juan y Santiago, sobre una alta montaña para pasar la noche<br />

en ella. La leyenda quiere que ese monte sea el Tabor. Allí tuvo lugar, entre el<br />

maestro y los tres discípulos más iniciados, esa escena misteriosa que los<br />

Evangelios cuentan con el nombre de Transfiguración. Al decir de Mateo, los<br />

apóstoles vieron aparecer, en la penumbra transparente de una noche de<br />

Oriente, la forma <strong>del</strong> maestro luminosa y como diáfana, su cara resplandecer<br />

como el sol y sus vestiduras volverse brillantes como la luz, mostrándose<br />

luego dos figuras a su lado, que ellos tomaron por las de Moisés y Elias.<br />

Cuando salieron temblorosos de su extraña postración, que a la par les parecía<br />

un sueño más profundo y una vigilia más intensa, vieron al maestro solo a su<br />

lado, tocándoles para despertarles por completo. El Cristo transfigurado que<br />

habían contemplado en aquella visión, no se borró ya de su memoria. (Mateo,<br />

XVII, 1-8).<br />

Pero el mismo Jesús, ¿Qué había visto, qué había sentido y atravesado<br />

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