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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

entra desde esta vida en participación <strong>del</strong> poder divino sobre los seres y sobre<br />

las cosas, recompensa eterna de los espíritus libertados”. Al oír hablar al<br />

maestro, el neófito experimentaba una mezcla de sorpresa, de temor y de<br />

admiración. Eran los primeros resplandores <strong>del</strong> santuario, y la verdad<br />

entrevista le parecía la aurora de una divina reminiscencia. Pero las pruebas<br />

no habían terminado. Al concluir de hablar, el pastóphoro abría una<br />

puerta que daba acceso a una nueva bóveda estrecha y larga, a cuya<br />

extremidad chisporroteaba una enorme hoguera. “Pero ¡eso es la muerte!”,<br />

decía el novicio, y miraba a su guía temblando. “Hijo mío — respondía el<br />

pastophoro —, la muerte sólo espanta a las naturalezas abortadas. Yo he<br />

atravesado en otros tiempos aquella llama como un campo de rosas”. Y la<br />

verja de la galería de los arcanos se volvía a cerrar tras el postulante. Al<br />

aproximarse a la barrera de fuego, se daba cuenta de que la hoguera se<br />

reducía a una ilusión óptica creada por maderas resinosas, dispuestas al<br />

tresbolillo sobre unas rejas. Un sendero trazado en medio le permitía pasar<br />

rápidamente al otro lado. A la prueba de fuego sucedía la prueba <strong>del</strong><br />

agua. El aspirante tenía que atravesar una agua muerta y negra al<br />

resplandor de un incendio de nafta que se encendía tras de él, en la cámara<br />

<strong>del</strong> fuego. Después de esto, los oficiantes le conducían, tembloroso aún, a<br />

una gruta oscura en la que no se veía más que un lecho mullido,<br />

misteriosamente iluminado por la semioscuridad de una lámpara de<br />

bronce suspendida en la bóveda. Le secaban, rociaban su cuerpo con<br />

esencias exquisitas, le revestían con un traje de fino lienzo y le dejaban<br />

solo, después de haberle dicho: “Descansa, medita y espera al hierofante”.<br />

El novicio extendía sus miembros fatigados sobre el tapiz suntuoso de su<br />

lecho. Después de las emociones diversas, aquel momento de calma le<br />

parecía dulce. Las pinturas sagradas que había visto, todas aquellas figuras<br />

extrañas, las esfinges, las cariátides, volvían a pasar ante su imaginación.<br />

¿Por qué una de aquellas pinturas le obsesionaba como una alucinación?.<br />

Veía obstinadamente el arcano X representado por una rueda suspendida<br />

por su eje entre dos columnas. De un lado sube Hesmanubis, el genio <strong>del</strong><br />

Bien, bello como un joven efebo; <strong>del</strong> otro, Tiphón, el genio <strong>del</strong> Mal, que<br />

con la cabeza hacia abajo se precipita al abismo. Entre los dos, en la parte<br />

superior de la rueda, se hallaba sentada una esfinge con una espada en<br />

sus garras.<br />

El vago zumbido de una música lasciva que parecía partir <strong>del</strong> fondo de la<br />

gruta, hacía desvanecer aquella imagen. Eran sones ligeros e indefinidos, de<br />

una languidez triste e incisiva. Un tañido metálico excitaba su oído, mezclado<br />

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