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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

ocultaban en los valles, cuando Moisés se encontró ante una caverna, cuya<br />

entrada protegía una escasa vegetación de terebintos. Se preparaba a penetrar<br />

en ella, pero quedó como cegado por una luz súbita que le envolvió. Le<br />

pareció que el suelo ardía bajo él y que las montañas de granito se habían<br />

transformado en un mar de llamas. A la entrada de la gruta, una aparición<br />

deslumbradora le miraba y con su espada le cerraba el paso. Moisés cayó<br />

como herido por el rayo: su cara contra tierra. Todo su orgullo había<br />

desaparecido. La mirada <strong>del</strong> Ángel le había traspasado con su luz. Y además,<br />

con ese sentido profundo de las cosas que se despierta en el estado visionario,<br />

había comprendido que aquel ser iba a imponerle obligaciones terribles.<br />

Hubiese querido escapar a su misión y esconderse bajo tierra como un reptil<br />

miserable.<br />

Mas una voz dijo:<br />

— ¡Moisés!. ¡Moisés!.<br />

Y él respondió:<br />

— Heme aquí.<br />

— No te acerques. Descálzate. Porque el lugar donde te encuentras es<br />

tierra santa.<br />

Moisés ocultó la cara entre sus manos. Tenía miedo de ver al Ángel y<br />

encontrar su mirada.<br />

Y el Ángel le dijo:<br />

— Tú que buscas a Aelohim, ¿Por qué tiemblas ante mí?.<br />

— ¿Quién eres?.<br />

— Un rayo de Aelohim, un Ángel Solar, un mensajero de Aquel que es y<br />

que será.<br />

— ¿Qué ordenas?.<br />

— Dirás a los hijos de Israel: el Eterno, el Dios de Abraham, el Dios<br />

de Isaac, el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros, para retiraros <strong>del</strong> país<br />

de servidumbre.<br />

— ¿Quién soy — dijo Moisés — para retirar a los hijos de Israel de<br />

Egipto?.<br />

— Vé — dijo el Ángel —, porque estaré contigo. Yo pondré el fuego<br />

de Aelohim en tu corazón y su verbo en tus labios. Hace cuarenta años que le<br />

evocas. Tu voz ha llegado hasta él. Ahora yo te tomo en su nombre. ¡Hijo de<br />

Aelohim, me perteneces para siempre!.<br />

Y Moisés, alentado, exclamó:<br />

— ¡Muéstrame a Aelohim!. ¡Que yo vea su fuego viviente!.<br />

Levantó la cabeza. Pero el mar de llamas se había desvanecido como el<br />

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