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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Al borde <strong>del</strong> estanque, Devaki vio una barca. En pie y a su lado, un<br />

hombre de edad madura, un anacoreta, parecía esperar. Silenciosamente hizo<br />

señal a la virgen de entrar en la barca y cogió los remos. Mientras la canoa<br />

partía, rozando a los nenúfares, Devaki vio nadar en el estanque a la hembra de<br />

un cisne; con vuelo atrevido un cisne macho llegado por los aires empezó a<br />

describir grandes círculos a su alrededor y luego se metió en el agua al lado de<br />

su compañera, estremeciendo su plumaje de nieve. Al ver esto. Devaki se<br />

inmutó profundamente sin saber por qué. Entre tanto, la barca había tocado la<br />

orilla opuesta, y la virgen de ojos de loto se encontró ante el rey de los<br />

anacoretas: Vasichta. Sentado sobre una piel de gacela y vestido con otra de<br />

antílope negro, tenía el aire venerable de un dios más bien que de un hombre.<br />

Desde la edad de sesenta años sólo se alimentaba de frutos silvestres. Su<br />

cabellera y su barba eran blancas como la: cimas <strong>del</strong> Himavat, su piel<br />

transparente, la mirada de sus ojos vagos vuelta hacia sí por la meditación. Al<br />

ver a Devaki se levantó y la saludó con estas palabras: “Devaki, hermana <strong>del</strong><br />

ilustre Kansa, sé bienvenida entre nosotros. Guiada por Mahadeva, el maestro<br />

supremo, has dejado el mundo de las miserias para venir al de las <strong>del</strong>icias.<br />

Porque ahora estás al lado de los santos rishis, dueños de sus sentidos, dichosos<br />

con su destino y deseosos <strong>del</strong> camino <strong>del</strong> cielo. Hace largo tiempo que te<br />

esperábamos como la noche a la aurora. Nosotros somos el ojo de los Devas,<br />

fijo sobre el mundo; nosotros que vivimos en lo más profundo de las selvas.<br />

<strong>Los</strong> hombres no nos ven, mas nosotros vemos a los hombres y seguimos sus<br />

acciones. La edad sombría <strong>del</strong> deseo, de la sangre y <strong>del</strong> crimen se cierne sobre<br />

la Tierra. Te hemos elegido para la obra de liberación, y los Devas te han<br />

escogido por mediación nuestra. En el seno de una mujer el rayo <strong>del</strong> esplendor<br />

divino debe recibir una forma humana”.<br />

En este momento, los rishis salían de la ermita para la oración de la<br />

tarde. El viejo Vasichta les ordenó que se inclinaran hasta tierra ante Devaki.<br />

Así lo hicieron, y Vasichta dijo: “Ésta será nuestra madre, porque de ella nacerá<br />

el espíritu que debe regenerarnos.” Después, volviéndose hacia ella, prosiguió:<br />

“Vete, hija mía: los rishis te llevarán al estanque vecino donde viven las<br />

hermanas penitentes. Vivirás entre ellas y los misterios se cumplirán”.<br />

Devaki fue a vivir a una ermita rodeada de lianas, entre mujeres piadosas<br />

que alimentan a las gacelas domesticadas, dedicando su vida a las abluciones y<br />

a la oración. Tomaba ella parte en sus sacrificios: una mujer de edad madura<br />

le daba las instrucciones secretas. Aquellas penitentes habían recibido la orden<br />

de vestirla como a una reina, con telas exquisitas y perfumadas, y dejarla vagar<br />

sola en pleno bosque. La selva, llena de perfumes, de voces y de misterios, atraía<br />

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