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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Olimpo concebido como una esfera en rotación, es llamado el cielo de los<br />

fijos, porque es asimilado a la esfera de las almas perfectas. Esta astronomía<br />

infantil recubre, pues, una concepción <strong>del</strong> universo espiritual.<br />

Pero todo nos lleva a creer que los antiguos iniciados, y particularmente<br />

Pitágoras, tenían nociones mucho más precisas <strong>del</strong> universo físico. Aristóteles<br />

dice positivamente que los pitagóricos creían en el movimiento de la tierra<br />

alrededor <strong>del</strong> Sol. Copérnico afirma que la idea de la rotación de la tierra<br />

alrededor de su eje le vino leyendo, en Cicerón que un tal Aycetas; de<br />

Siracusa, había hablado <strong>del</strong> movimiento diurno de la tierra. A sus discípulos<br />

<strong>del</strong> tercer grado Pitágoras enseñaba el doble movimiento de la tierra. Sin tener<br />

las medidas exactas de la ciencia moderna, él sabía, como los sacerdotes de<br />

Memfis, que los planetas salidos <strong>del</strong> Sol giran a su alrededor; que las estrellas<br />

son otros tantos sistemas solares gobernados por las mismas leyes <strong>del</strong> nuestro<br />

y que cada uno tiene su rango en el universo inmenso. Él sabía también que<br />

cada mundo solar forma un pequeño universo, que tiene su correspondencia en<br />

el mundo espiritual y su cielo propio. <strong>Los</strong> planetas servían para marcar la<br />

escala. Pero esas nociones, que habrían revolucionado la mitología popular y<br />

que la multitud hubiese tachado de sacrilegios, jamás eran confiadas a la<br />

escritura vulgar. Sólo se enseñaban bajo el sello <strong>del</strong> más profundo secreto.<br />

(Ciertas definiciones extrañas, bajo forma de metáfora, que nos han sido<br />

transmitidas y que provenien de la enseñanza secreta <strong>del</strong> maestro, dejan<br />

adivinar, en su sentido oculto, la concepción grandiosa que Pitágoras tenía<br />

<strong>del</strong> Kosmos. Hablando de las constelaciones, llamaban a las Osas Mayor y<br />

Menor: las manos de Rhea-Kybeles. Más, Rhea-Kibele significa<br />

esotéricamente la luz astral circulante, la divina esposa <strong>del</strong> fuego universal<br />

o <strong>del</strong> Espíritu creador, que, concentrándose en los sistemas solares, atrae las<br />

esencias inmateriales de los seres, los coge, y los hace entrar en el torbellino<br />

de las vidas. El llamaba también a los planetas los perros de Proserpina.<br />

Esta expresión singular no tiene sentido más que esotéricamente.<br />

Proserpina, la diosa de las almas, presidía a su encarnación en la materia.<br />

Pitágoras llamaba, pues, a los planetas, perros de Proserpina, porque<br />

guardan y retienen las almas encarnadas como el cancerbero mitológico<br />

guarda las almas en el infierno).<br />

El universo visible, decía Pitágoras, el cielo con todas sus estrellas no es<br />

más que una forma pasajera <strong>del</strong> alma <strong>del</strong> mundo, de la grande Maia, que<br />

concentra la materia esparcida en los espacios infinitos, luego la disuelve y la<br />

disemina en imponderable flúido cósmico. Cada torbellino solar posee una<br />

parcela de esa alma universal, que evoluciona en su seno durante millones de<br />

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