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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

estimaba mucho y le confió la guardia de su reino. Nysumba, al ver al<br />

héroe <strong>del</strong> monte Meru, se estremeció en su carne con un deseo impuro, y<br />

su espíritu sutil tramó un proyecto tenebroso a la luz de un pensamiento<br />

criminal.<br />

Sin que el rey lo supiera, llamó a su gineceo al conductor <strong>del</strong> carro.<br />

Como maga que era, poseía el arte de rejuvenecerse momentáneamente por<br />

medio de filtros poderosos. El hijo de Devaki encontró a Nysumba, la de los<br />

senos de ébano, casi desnuda, sobre un lecho de púrpura: anillos de oro ceñían<br />

sus tobillos y sus brazos; una diadema de piedras preciosas chispeaba sobre su<br />

cabeza. A sus pies ardía un pebetero de cobre, <strong>del</strong> que se escapaba una nube de<br />

perfumes.<br />

—Krishna — dijo la hija <strong>del</strong> rey de las serpientes —, tu frente es más<br />

tranquila que la nieve <strong>del</strong> Himavat y tu corazón es como la punta <strong>del</strong> rayo. En<br />

tu inocencia resplandeces sobre los reyes de la, tierra. Aquí, nadie te ha<br />

reconocido; tú te ignoras a ti mismo. Yo sola sé quién eres; los Devas han<br />

hecho de ti el dueño de los hombres; yo sola puedo hacer de ti el dueño <strong>del</strong><br />

mundo. ¿Quieres?.<br />

— Si Mahadeva habla por tu boca — dijo Krishna con grave acento —<br />

me dirás, dónde está mi madre y dónde encontraré al gran anciano que me<br />

habló bajo los cedros <strong>del</strong> monte Meru.<br />

— ¿Tu madre? — dijo Nysumba con desdeñosa sonrisa —; no soy yo<br />

ciertamente quien te lo enseñará; en cuanto a tu anciano, no le conozco.<br />

¡Insensato!, persigues sueños y no ves los tesoros de la tierra que yo te<br />

ofrezco. Hay seres que llevan la corona y que no son reyes. Hay hijos de<br />

pastores que llevan la realeza en su frente y que no conocen su fuerza. Tú<br />

eres fuerte, joven, bello; los corazones están contigo. Mata al rey durante su<br />

sueño y yo pondré la corona sobre tu cabeza y serás el dueño <strong>del</strong> mundo.<br />

Porque yo te amo y me estás predestinado. Lo quiero, lo ordeno.<br />

Mientras hablaba así, la reina se, había levantado imperiosa, fascinante,<br />

terrible como una hermosa serpiente. En pie sobre su lecho, lanzó con sus ojos<br />

negros una llama tan sombría en los ojos límpidos de Krishna, que éste se<br />

estremeció espantado. En aquella mirada, el infierno se le apareció. Vio el<br />

abismo <strong>del</strong> templo de Kali, diosa <strong>del</strong> Deseo y de la Muerte, y las serpientes que<br />

allí se retorcían en una agonía eterna. Entonces, repentinamente, los ojos de<br />

Krishna parecieron como dos dagas. Sus miradas traspasaron a la reina de parte<br />

a parte, y el héroe <strong>del</strong> monte Meru exclamó:<br />

— Soy fiel al rey que me ha tomado por defensor; pero tú, sábelo:<br />

morirás.<br />

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