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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

conocer sus principios. Si ellos son letra muerta para los modernos filósofos,<br />

es que sólo se puede comprender su sentido y su alcance por la comparación<br />

de todas las doctrinas esotéricas <strong>del</strong> Oriente.<br />

Pitágoras llamaba matemáticos a sus discípulos porque su enseñanza<br />

superior comenzaba por la doctrina de los números. Pero esta matemática<br />

sagrada, o ciencia de los principios, era a la vez más trascendente y más viva<br />

que la matemática profana, única conocida por nuestros sabios y filósofos. EL<br />

NÚMERO no se consideraba sólo como una cantidad abstracta, sino como la<br />

virtud intrínseca y activa <strong>del</strong> UNO supremo, de DIOS, fuente de la armonía<br />

universal. La ciencia de los números era la de las fuerzas vivas, de las<br />

facultades divinas en acción, en los mundos, y en el hombre, en el<br />

macrocosmos y el microcosmos... Penetrándolos, distinguiéndolos y<br />

explicando su juego, Pitágoras formaba nada menos que una teogonía o<br />

teología racional.<br />

Una teología verdadera debe dar los principios de todas las ciencias. No<br />

será ella la ciencia de Dios más que si muestra la unidad y encandenamiento<br />

de las ciencias de la Naturaleza. Sólo merece su nombre con la condición de<br />

constituir el órgano y la síntesis de todos los demás. Éste era precisamente el<br />

papel que jugaba en los templos egipcios la ciencia <strong>del</strong> verbo sagrado,<br />

formulada y precisada por Pitágoras bajo el nombre de ciencia de los números.<br />

Ella tenía la pretensión de dar la clave <strong>del</strong> ser, de la ciencia y de la vida. El<br />

adepto, guiado por el maestro, debía comenzar por contemplar los principios<br />

en su propia inteligencia, antes de seguir sus múltiples aplicaciones en la<br />

inmensidad concéntrica de las esferas de la evolución.<br />

Un poeta moderno ha presentido esta verdad cuando hace descender a<br />

Fausto entre las Madres para devolver la vida al fantasma de Elena. Fausto<br />

toma la llave mágica, la tierra se desvanece bajo sus pies, el vértigo se apodera<br />

de él, se sumerge en el vacío de los espacios. Por fin llega donde están las<br />

Madres que velan por las formas originales <strong>del</strong> gran Todo y hacen brotar los<br />

seres <strong>del</strong> molde de los arquetipos. Esas Madres son los Números de Pitágoras,<br />

las fuerzas divinas <strong>del</strong> mundo. El poeta nos ha dado el escalofrío de su propio<br />

pensamiento ante esa sumersión en los abismos de lo Insondable. Para el<br />

iniciado antiguo, en quien la vista directa de la inteligencia se despertaba poco<br />

a poco como un nuevo sentido, esta revelación interna parecía más bien una<br />

ascensión en el sol incandescente de la Verdad, desde donde contemplaba en<br />

la plenitud de la Luz los seres y las formas, proyectados en el torbellino de las<br />

vidas por una irradiación vertiginosa.<br />

No llegaba en un día esa posesión interna de la verdad, en que el<br />

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