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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

“Zeus es el gran Demiurgo. Dionisos es su hijo, su verbo manifestado.<br />

Dionisos, espíritu radiante, inteligencia viva, resplandecía en las mansiones de<br />

su padre, en el palacio <strong>del</strong> Éter inmutable. Un día que contemplaba los<br />

abismos <strong>del</strong> cielo a través de las constelaciones, vio reflejada en la azul<br />

profundidad su propia imagen que le tendía los brazos. Pero la imagen huía,<br />

huía siempre y le atraía al fondo <strong>del</strong> abismo. Por fin se encontró en un valle<br />

umbroso y perfumado, gozando de las brisas voluptuosas que acariciaban su<br />

cuerpo. En una gruta vio a Perséfona. Maia, la bella tejedora, tejía un velo, en<br />

el que se veían ondear las imágenes de todos los seres. Ante la Virgen divina<br />

se detuvo mudo de admiración. En este momento, los fieros Titanes, las libres<br />

Titánidas le vieron. <strong>Los</strong> primeros, celosos de su belleza, las otras, llenas de un<br />

loco amor, se lanzaron sobre él como los elementos furiosos y le<br />

despedazaron. Luego, habiéndose distribuido sus miembros, los hicieron<br />

hervir en el agua y enterraron su corazón. Júpiter aniquiló con sus rayos a los<br />

Titanes, y Minerva llevó al éter el corazón de Dionisos, que allí se convirtió en<br />

un sol ardiente. Pero <strong>del</strong> humo <strong>del</strong> cuerpo de Dionisos han salido las almas de<br />

los hombres que suben hacia el cielo. Cuando las pálidas sombras se hayan<br />

unido al corazón flameante <strong>del</strong> Dios, se encenderán como llamas y Dionisos<br />

entero resucitará más vivo y poderoso que nunca en las alturas <strong>del</strong> Empíreo”.<br />

“He aquí el misterio de la muerte de Dionisos. Ahora escucha el de su<br />

resurrección. <strong>Los</strong> hombres son la carne y la sangre de Dionisos; los hombres<br />

desgraciados son sus miembros esparcidos, que se buscan retorciéndose en el<br />

crimen y el odio, en el dolor y el amor, a través de millares de existencias. El<br />

color ígneo de la tierra, la sima de las fuerzas de abajo, les atrae siempre más<br />

hacia el abismo, les desgarra más y más. Pero nosotros los iniciados, nosotros<br />

que sabemos lo que hay arriba y lo que está abajo, somos los salvadores de las<br />

almas, los Hermes de los hombres. Como imanes les atraemos, atraídos<br />

nosotros por los Dioses. De este modo, por celestes encantamientos<br />

reconstituimos el cuerpo viviente de la divinidad. Hacemos llorar al cielo y<br />

regocijamos a la tierra; y como preciosas joyas llevamos en nuestros<br />

corazones las lágrimas de todos los seres para cambiarlas en sonrisas. Dios<br />

muere en nosotros, en nosotros renace”.<br />

Así habló Orfeo. El discípulo de Delfos se arrodilló ante su maestro,<br />

levantando los brazos con el ademán de los suplicantes. Y el pontífice de<br />

Júpiter extendió la mano sobre su cabeza, pronunciando estas palabras de<br />

consagración:<br />

“Que Zeus inefable y Dionisos tres veces revelador, en los infiernos, en<br />

la tierra y en el cielo, sea propicio a tu juventud y que vierta en tu corazón la<br />

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