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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Semitas iban allí en peregrinación para adorar a Aelohim y residían allí<br />

durante algunos días ayunando y orando en las cavernas y las galerías<br />

excavadas en las faldas <strong>del</strong> Sinaí. Antes de esto, iban a purificarse y a<br />

instruirse al templo de Madián.<br />

Allí fue donde se refugió Hosarsiph. El gran sacerdote de Madián o<br />

Raguel (vigilante de Dios) se llamaba entonces Jetro (Éxodo, III, 1), que era<br />

un hombre de piel negra. (Más tarde (Números III, 1), después <strong>del</strong> éxodo,<br />

Aarón y María, hermano y hermana de Moisés, según la Biblia, le<br />

reprochaban el haberse casado con un etiope. Jetro, padre de Sephora, era<br />

pues de esta raza). Él pertenecía al tipo más puro de la antigua raza etiópica,<br />

que cuatro o cinco mil años antes de Ramsés había reinado sobre Egipto y que<br />

no había perdido sus tradiciones, que se remontaban a las más viejas razas<br />

<strong>del</strong> globo. Jetro no era un inspirado ni un hombre de acción; pero era un<br />

sabio. Poseía tesoros de ciencia amontonados en su memoria y en las<br />

bibliotecas de piedra de su templo. Además, era el protector de los hombres<br />

<strong>del</strong> desierto, Libios, Árabes, Semitas nómadas. Esos eternos errabundos,<br />

siempre los mismos, con su vaga aspiración al Dios único, representaban algo<br />

inmutable en medio de los cultos efímeros y de las civilizaciones ruinosas.<br />

Se sentía en ellos como la presencia de lo Eterno, el memorial de las edades<br />

lejanas, la gran reserva de Aelohim. Jetro era el padre espiritual de aquellos<br />

insumisos, de aquellos errabundos, de aquellos libres. Él conocía su alma y<br />

presentía su destino. Cuando Hosarsiph vino a pedirle asilo en nombre de<br />

Osiris-Aelohim, le recibió con los brazos abiertos. Quizá adivinó en seguida en<br />

aquel hombre fugitivo, al predestinado para ser el profeta de los proscritos, el<br />

conductor <strong>del</strong> pueblo de Dios.<br />

Hosarsiph quiso al pronto someterse a las expiaciones que la ley de los<br />

iniciados imponía a los homicidas. Cuando un sacerdote de Osiris había<br />

causado una muerte, aun involuntaria, se consideraba que perdía el beneficio<br />

de su resurrección anticipada “en la luz de Osiris”, privilegio que había<br />

obtenido por las pruebas de la iniciación y que le ponía muy por encima <strong>del</strong><br />

común de los hombres. Para expiar su crimen, para volver a encontrar su luz<br />

interna, tenía que someterse a pruebas más crueles, exponerse otra vez más a<br />

la muerte. Después de un largo ayuno y por medio de ciertos brebajes se<br />

sumergía al paciente en un sueño letárgico; luego le depositaban en una tumba<br />

<strong>del</strong> templo. Su cuerpo quedaba allí durante días, a veces semanas enteras.<br />

(Varios viajeros de nuestro siglo han visto a fakires indios hacerse<br />

enterrar después de sumergirse en el sueño cataléptico, indicando el día<br />

preciso en que debían desenterrarlos. Uno de ellos, después de tres<br />

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