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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

IV<br />

EL TESTAMENTO DEL GRAN ANTEPASADO<br />

Por su fuerza, por su genio, por su bondad, dicen los libros sagrados <strong>del</strong><br />

Oriente, Rama había llegado a ser el dueño de la India y el rey espiritual de la<br />

Tierra. <strong>Los</strong> sacerdotes, los reyes y los pueblos se inclinaban ante él como ante<br />

un bienhechor celeste. Bajo el signo <strong>del</strong> carnero, sus emisarios divulgaron a lo<br />

lejos la luz aria que proclamaba la igualdad de vencedores y vencidos, la<br />

abolición de los sacrificios humanos y de la esclavitud, el respeto de la mujer en<br />

el hogar, el culto de los ante pasados y la institución <strong>del</strong> fuego sagrado, símbolo<br />

visible <strong>del</strong> Dios innominado.<br />

Rama se había vuelto viejo. Su barba era ya blanca; pero el vigor no<br />

había abandonado su cuerpo, y la majestad de los pontífices de la verdad<br />

reposaba sobre su frente. <strong>Los</strong> reyes y los enviados de los pueblos le ofrecieron<br />

el poder supremo. Él pidió un año para reflexionar y de nuevo tuvo un<br />

sueño; el Genio que le inspiraba le habló mientras dormía.<br />

Le vio de nuevo en las selvas de su juventud. De nuevo era joven y<br />

llevaba el vestido de lino de los druidas. Era noche de luna. Era la noche santa,<br />

la Noche-Madre en que los pueblos esperan el renacimiento <strong>del</strong> sol y <strong>del</strong> año.<br />

Rama marchaba bajo las encinas, prestando atención como antes a las voces<br />

evocadoras <strong>del</strong> bosque. Una mujer bella se le acercó; llevaba una magnífica<br />

corona, la cabellera tenía el color <strong>del</strong> oro, su piel la blancura de la nieve y sus<br />

ojos el brillo profundo <strong>del</strong> azul <strong>del</strong> cielo después de la tempestad. Ella le dijo:<br />

“Yo era la druidesa salvaje; por ti he llegado a ser la Esposa radiante. Y ahora<br />

me llamo Sita. Soy la mujer glorificada por ti, soy la raza blanca, soy tu<br />

esposa: ¡Oh mi dueño y mi rey!: ¿no es por mí por quien tú has franqueado<br />

los ríos, encantado a los pueblos y dominado a los reyes?. He aquí la<br />

recompensa. Toma esta corona de mi mano, colócala sobre tu cabeza y reina<br />

conmigo sobre el mundo”. Se había arrodillado en una actitud humilde y<br />

sumisa, ofreciendo la corona de la Tierra. Sus piedras preciosas lanzaban mil<br />

fuegos; la embriaguez <strong>del</strong> amor sonreía en los ojos de la mujer. Y el alma<br />

<strong>del</strong> gran Rama, <strong>del</strong> pastor de pueblos, se emocionó. Pero sobre lo alto de las<br />

selvas, Deva Nahousha, su Genio, se le apareció y le dijo: “Si pones esa corona<br />

sobre tu cabeza, la inteligencia divina te dejará y no me verás ya. Si abrazas a<br />

esa mujer, morirá de tu felicidad. Si renuncias a poseerla, ella vivirá dichosa y<br />

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