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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

suprema. Más si se forma la tromba en breves minutos bajo la violencia <strong>del</strong><br />

huracán y las corrientes eléctricas, el descenso de Cristo en la tierra exige<br />

millares de años, remontándose su causa primera a los arcanos de nuestro<br />

planetario sistema.<br />

En esta metáfora que trata de definir por medio de una imagen el papel<br />

<strong>del</strong> Cristo cósmico en nuestra humanidad, la raza judía representa la<br />

contraparte terrestre, exotérica y visible. Es la porción inferior de la tromba<br />

que se remonta atraída por el torbellino de lo alto. Este pueblo se revuelve<br />

contra los demás. Con su intolerancia, su idea fija, obstinada, escandaliza a las<br />

naciones como la tromba escandaliza a las olas. La idea monoteísta entre los<br />

patriarcas.<br />

Moisés se vale de ella para amasar una nación. Como el simún levanta<br />

una columna de polvo, junta Moisés a los ibrimos y beduinos errantes para<br />

formar el pueblo de Israel. Iniciado en Egipto, protegido por un Elohim al que<br />

llama Javé, se impone por la palabra, las armas y el fuego. Un Dios, una Ley,<br />

un Arca, un pueblo para mantenerla avanzando durante cuarenta años al través<br />

<strong>del</strong> desierto, soportando hambres y sediciones, camino de la tierra prometida.<br />

De esta idea potente como la columna de fuego que precede al<br />

tabernáculo, ha salido el pueblo de Israel con sus doce tribus, que<br />

corresponden a los doce signos <strong>del</strong> Zodíaco. Israel mantendrá intacta la idea<br />

monoteísta, a pesar de los crímenes de sus reyes y los asaltos de los pueblos<br />

idólatras.<br />

Y en esta idea se injerta, desde el origen, la idea mesiánica. Ya Moisés<br />

moribundo anunció al Salvador final, rey de justicia, profeta y purificador <strong>del</strong><br />

universo.<br />

De siglo en siglo, lo proclama la voz infatigable de los profetas, desde<br />

el destierro babilónico hasta el férreo yugo romano. Bajo el reinado de<br />

Herodes, el pueblo judío semeja una nave en peligro cuya tripulación<br />

enloquecida encendiera el mástil a manera de fanal que les guiara entre los<br />

escollos. Porque en este momento, Israel presenta el espectáculo<br />

desconcertante e inaudito de un pueblo pisoteado por el destino y que, medio<br />

aplastado, espera salvarse mediante la encarnación de un Dios. Israel debía<br />

naufragar, pero Dios encarnó. ¿Qué representa en este caso la trama compleja<br />

de la Providencia, de la humana libertad y <strong>del</strong> Destino?. El pueblo judío<br />

personifica y encarna en cierto modo la llamada <strong>del</strong> mundo a Cristo. En él la<br />

libertad humana, obstaculizada por el Destino, es decir, por las faltas <strong>del</strong><br />

pasado, clama a la Providencia para el logro de su salvación. Porque las<br />

grandes religiones reflejaron esta predisposición como en un espejo. Nadie<br />

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