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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

ciencias ocultas, sus templos profundos y macizos donde ellos evocan el fuego<br />

viviente en que se mueven los Dioses y los demonios.<br />

Escuchando a Pitágoras, Teoclea experimentaba sorprendentes<br />

sensaciones. Todo lo que él decía se grababa con letras de fuego en su espíritu.<br />

Aquellas cosas le parecían a la vez maravillosas y conocidas; al aprenderlas<br />

creía recordarlas. Las palabras <strong>del</strong> maestro la hacían hojear las páginas <strong>del</strong><br />

universo como un libro. Ya no veía a los Dioses en sus efigies humanas, sino<br />

en sus esencias que forman las cosas y los espíritus. Ella se remontaba, subía y<br />

descendía con ello en los espacios. A veces tenía la ilusión de no sentir los<br />

límites de su cuerpo y de disiparse en el infinito. De este modo la imaginación<br />

entraba poco a poco en el mundo invisible y las huellas antiguas que de éste<br />

encontraba en su propia alma, le decían que aquello era la verdadera, la sola<br />

realidad; lo otro no era más que apariencia. Sentía que pronto sus ojos internos<br />

iban a abrirse para poder leer directamente.<br />

Desde aquellas alturas, el maestro la volvió a la tierra contándole las<br />

desgracias por que pasaba Egipto. Después de haber desarrollado la grandeza<br />

de la ciencia egipcia, mostró cómo había sucumbido bajo la invasión persa.<br />

Pintó los horrores de Cambises, los templos saqueados, los libros sagrados<br />

arrojados a la hoguera, los sacerdotes de Osiris muertos o dispersados y el<br />

monstruo <strong>del</strong> despotismo persa, que reunía bajo su mano de hierro toda la<br />

vieja barbarie asiática, las razas errantes medio salvajes <strong>del</strong> centro <strong>del</strong> Asia y<br />

<strong>del</strong> fondo de la India, no esperando más que una ocasión propicia para<br />

lanzarse sobre Europa. Sí, aquel ciclón creciente debía estallar sobre Grecia,<br />

tan seguramente como el rayo debe salir de las nubes que se amontonan en el<br />

aire. ¿Estaba preparada la dividida Grecia para resistir aquel choque terrible?.<br />

Ni tan siquiera lo sospechaba. <strong>Los</strong> pueblos no evitan su destino, y si no vigilan<br />

sin cesar, los Dioses los precipitan. ¿No se había derrumbado la sabia nación<br />

de Hermes, Egipto, después ele seis mil años de prosperidad?. ¡Ay, Grecia, la<br />

bella Jonia pasará aún más de prisa!. Día llegará en que el Dios solar abandone<br />

aquel templo, los bárbaros derriben sus piedras y los pastores lleven a pacer<br />

sus ganados sobre las ruinas de Delfos.<br />

A estas siniestras profecías, el semblante de Teoclea se transformó<br />

tomando una expresión de espanto. Se dejó caer en tierra y abrazándose a una<br />

columna, con los ojos fijos, sumida en sus pensamientos, parecía el genio <strong>del</strong><br />

Dolor llorando sobre la futura y lúgubre tumba de Grecia.<br />

“Mas, continuó Pitágoras, éstos son secretos que es preciso enterrar en<br />

el fondo de los templos. El iniciado atrae la muerte o la rechaza a voluntad.<br />

Formando la cadena mágica de las voluntades, los iniciados prolongan<br />

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