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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

que volvemos a encontrar en la tradición caldea, y que pasó desde ella al<br />

Génesis hebraico. Después de la muerte de Krishna, la ciudad queda<br />

sumergida, el árbol sube al cielo; pero el templo queda. Si todo ello tiene<br />

un sentido histórico, quiere decir, para quien conozca el lenguaje<br />

ultrasimbólico y prudente de los indios, que un sicario cualquiera arrasó<br />

la ciudad, y que la iniciación fue cada vez más secreta).<br />

Entre tanto, cuando los reyes <strong>del</strong> culto lunar supieron que un rey <strong>del</strong><br />

culto solar había subido al trono de Madura y que los brahmanes iban a ser<br />

los dueños de la India, formaron entre sí una poderosa liga para arrojarle <strong>del</strong><br />

trono. Arjuna, por su parte, agrupó a su alrededor todos los reyes <strong>del</strong> culto<br />

solar, de la tradición blanca, aria, védica. Desde el fondo <strong>del</strong> templo de<br />

Dwarka, Krishna les seguía, les dirigía. <strong>Los</strong> dos ejércitos se encontraban en<br />

presencia, y la batalla decisiva era inminente. Sin embargo, Arjuna, al faltarle<br />

a su lado el maestro, sentía turbarse su espíritu y debilitarse su valor. Una<br />

mañana, al romper el día, Krishna apareció ante la tienda <strong>del</strong> rey, su<br />

discípulo.<br />

— ¿Por qué — dijo severamente el maestro — no has comenzado el<br />

combate que ha de decidir si los hijos <strong>del</strong> sol o los de la luna van a reinar sobre<br />

la tierra?.<br />

— Sin ti no puedo hacerlo — dijo Arjona —. Mira esos dos ejércitos<br />

inmensos y esas multitudes que van a perecer.<br />

Desde la eminencia en que estaban colocados, el señor de los espíritus y<br />

el rey de Madura contemplaron los dos ejércitos innumerables, alineados en<br />

orden, uno frente al otro. Se veían brillar las cotas de malla dorada de los jefes;<br />

millares de guerreros, caballos y elefantes, esperaban la señal <strong>del</strong> combate. En<br />

este momento, el jefe <strong>del</strong> ejército enemigo, el más anciano de los Kuravas,<br />

sopló en su caracola marina, en la gran caracola cuyo sonido parecía el rugido<br />

de un león. A este ruido pronto se oyó sobre el vasto campo de batalla un<br />

inmenso rumor, el relinchar de los caballos, un ruido confuso de armas, de<br />

tambores y de trompas. Arjuna no tenía más que montar sobre su carro<br />

arrastrado por caballos blancos y soplar en su caracola azulada, de un azul<br />

celeste, para dar la señal de combate 'a los hijos <strong>del</strong> Sol. Pero, he ahí que el rey<br />

sintió fundirse su corazón, sumergido en la piedad, y dijo muy abatido:<br />

— Al ver esta multitud venir a las manos, siento decaer mis miembros:<br />

mi boca se seca, ni cuerpo tiembla, mis cabellos se erizan sobre mi cabeza, mi<br />

piel arde, mi espíritu gira en torbellinos. Veo malos augurios. Ningún bien<br />

puede venir de esta matanza. ¿Qué haremos con reinos, placeres, y aun con la<br />

misma vida?. Aquellos para quienes deseamos reinos, placeres y alegrías, en<br />

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