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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

de la anarquía, continuaba tiranizando al Asia. Egipto, muy grande por la<br />

ciencia de sus sacerdotes y por sus faraones, resistía con todas sus fuerzas a<br />

esta descomposición universal; pero su acción se detenía en el Eufrates y el<br />

Mediterráneo. Israel iba a levantar en el desierto el principio <strong>del</strong> Dios<br />

masculino y de la unidad divina por la voz tonante de Moisés; pero la tierra no<br />

había aún oído sus ecos.<br />

Grecia estaba profundamente dividida por la religión y por la política.<br />

La península montañosa que muestra sus finos cortes en el<br />

Mediterráneo y rodean millares de islas, estaba poblada hacía miles de años<br />

por un brote de la raza blanca, emparentada con los Getas, los Escitas y los<br />

Celtas primitivos. Aquella raza había sufrido las mezclas, las impulsiones de<br />

todas las civilizaciones anteriores. Colonias de la India, de Egipto y Palestina<br />

habían enjambrado en aquellas orillas, poblado sus promontorios y sus valles<br />

de razas, de costumbres, de divinidades múltiples. Las flotas pasaban a velas<br />

des-plegadas bajo las piernas <strong>del</strong> coloso de Rodas, colocado sobre los dos<br />

diques <strong>del</strong> puerto. El mar de las Cíclades, donde, en los días claros, el<br />

navegante ve siempre alguna isla o ribera en el horizonte, era surcado por las<br />

proas rojas de los Fenicios y las proas negras de los piratas de Lidia. Ellos<br />

llevaban en sus naves todas las riquezas de Asia y África: marfil, objetos<br />

pintados de cerámica, telas de Siria, vasos de oro, púrpura y perlas;<br />

frecuentemente, mujeres arrebatadas de alguna costa salvaje.<br />

Por medio de aquel cruzamiento de razas se había moldeado un idioma<br />

armonioso y fácil, mezcla de celta primitivo, <strong>del</strong> zend, <strong>del</strong> sánscrito y <strong>del</strong><br />

fenicio. Esa lengua, que pintaba la majestad <strong>del</strong> Océano en el nombre de<br />

Poseidón y la serenidad <strong>del</strong> cielo en la de Urano, imitaba todas las voces de la<br />

Naturaleza, desde el canto de los pajarillos hasta el choque de las espadas y el<br />

estruendo de la tempestad. Era multicolor como su mar de un intenso azul de<br />

matices cambiantes; multisonante como las olas que murmuran en sus golfos o<br />

mugen sobre sus innumerables arrecifes, poluphlosboio Thalasa, como dice<br />

Homero.<br />

Con aquellos comerciantes o aquellos piratas, iban con frecuencia<br />

sacerdotes que les dirigían o les mandaban como dueños. Escondían ellos en<br />

sus barcas una imagen de madera ele una divinidad cualquiera. La imagen<br />

estaba sin duda groseramente tallada, y los marineros de entonces tenían por<br />

ella el mismo fetichismo que muchos de nuestros marinos tienen por su<br />

madona. Pero aquellos sacerdotes no dejaban de estar en posesión de ciertas<br />

ciencias, y la divinidad que llevaban de su templo a un país extranjero<br />

representaba para ellos una concepción de la naturaleza, un conjunto de leyes,<br />

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