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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

I<br />

LA JUVENTUD DE PLATÓN Y LA<br />

MUERTE DE SÓCRATES<br />

Nació en Atenas, en la ciudad de la Belleza y de la Humanidad. Lo<br />

ilimitado se ofrecía a sus jóvenes miradas. El Atica abierta a todos los vientos<br />

avanza como la proa de un navío en el mar Egeo y domina como reina el cielo<br />

de las islas, blancas sirenas sentadas sobre el azul oscuro de las ondas. Creció<br />

al pie de la Acrópolis, bajo la custodia de Pallas Atenea, en aquella ancha<br />

llanura encuadrada por montañas violáceas y envueltas en un azul luminoso,<br />

entre el Pentélico con sus laderas de mármol, el Hymete coronado de pinos<br />

odoríferos donde zumban las abejas, y la tranquila bahía de Eleusis.<br />

Muy sombrío y azaroso fue el ambiente político durante la infancia y la<br />

juventud de Platón, que coincidieron con aquella implacable guerra <strong>del</strong><br />

Peloponeso; lucha fratricida entre Esparta y Atenas, que preparó la disolución<br />

de Grecia. Habían terminado los grandes días de las guerras Médicas y se<br />

habían puesto los soles de Maratón y de Salamina. El año <strong>del</strong> nacimiento de<br />

Platón (429 antes de J. C.) es el de la muerte de Pericles, el más grande<br />

hombre de Estado de Grecia, tan íntegro como Arístides, tan hábil como<br />

Temístocles, el más perfecto representante de la civilización helénica, el<br />

fascinador de aquella democracia turbulenta, patriota ardiente, pero que supo<br />

conservar la serenidad de un semidiós en medio de las tempestades populares.<br />

La madre de Platón debió contar a su hijo una escena, a la cual asistió de<br />

seguro dos años antes <strong>del</strong> nacimiento <strong>del</strong> futuro filósofo. <strong>Los</strong> espartanos<br />

habían invadido el Atica; Atenas, amenazada ya en su existencia nacional,<br />

había luchado durante todo un invierno, y Pericles fue el alma de la defensa.<br />

En aquel año sombrío, una ceremonia imponente tuvo lugar en el Cerámico.<br />

<strong>Los</strong> féretros de los guerreros muertos por la patria fueron colocados sobre<br />

carros fúnebres, y el pueblo fue convocado ante la tumba monumental<br />

destinada a reunir sus restos. Aquel mausoleo parecía el símbolo magnífico y<br />

siniestro de la tumba que Grecia se cavaba a sí misma, por su lucha criminal.<br />

Entonces fue cuando Pericles pronunció el más hermoso discurso que nos ha<br />

conservado la antigüedad. Tucídides lo ha transcrito en sus tablas de bronce, y<br />

aquellas palabras brillan como un escudo en el frontón de un templo: “La<br />

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