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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

indivisible: el espíritu; una parte perecedera y divisible: el cuerpo. El alma que<br />

las une participa de ambas naturalezas. Organismo vivo, posee un cuerpo<br />

etéreo y fluido, semejante al cuerpo material, que, sin ese doble invisible no<br />

tendría vida, movimiento ni unidad. Según que el hombre obedece a las<br />

sugestiones <strong>del</strong> espíritu o a las incitaciones <strong>del</strong> cuerpo, según que se liga con<br />

preferencia a uno u otro, el cuerpo fluido se eteriza o se espesa, se unifica o se<br />

disgrega. Ocurre, pues, que después de la muerte física, la mayor parte de los<br />

hombres tienen que sufrir una segunda muerte <strong>del</strong> alma, que consiste en<br />

desembarazarse de los elementos impuros de su cuerpo astral, a veces en sufrir<br />

su lenta descomposición; mientras que el hombre completamente regenerado,<br />

habiendo formado desde la tierra su cuerpo espiritual, posee su cielo en sí<br />

mismo y se lanza a la religión a que por afinidad es atraído. El agua, en el<br />

esoterismo arcaico, simboliza la materia flúidica infinitamente transformable,<br />

como el fuego simboliza el espíritu uno. Hablando <strong>del</strong> renacimiento por el<br />

agua y por el espíritu, Cristo hace alusión a esa doble transformación de su ser<br />

espiritual y de su envoltura fluidica, que espera al hombre después de su<br />

muerte y sin la cual no puede entrar en el reino de las almas gloriosas y de los<br />

puros espíritus.<br />

Porque, “lo que ha nacido de la carne es carne (es decir, está<br />

encadenado y es perecedero), y lo que ha nacido <strong>del</strong> espíritu es espíritu (es<br />

decir, libre e inmortal). El viento sopla en todas partes y oyes su ruido. Pero<br />

no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo pasa con todo hombre que<br />

ha nacido <strong>del</strong> espíritu”. (Juan, III, 6, 8).<br />

Así habla Jesús ante Nicodemus, en el silencio de las noches de<br />

Jerusalén. Una pequeña lámpara colocada entre los dos ilumina apenas las<br />

vagas figuras de los interlocutores y la columnata de la sala. Pero los ojos <strong>del</strong><br />

Maestro galileo brillan misteriosamente en la oscuridad. ¿Cómo no creer en el<br />

alma viendo esos ojos, tan pronto dulces como llameantes?. El docto fariseo<br />

ha visto hundirse su ciencia de los textos, pero entrevé un mundo nuevo. Ha<br />

visto el rayo en los ojos <strong>del</strong> profeta, cuyos largos cabellos rubios caen sobre<br />

sus hombros. Ha sentido el calor poderoso que emana de su ser, atraerle hacia<br />

sí. Ha visto aparecer y desaparecer, como una aureola magnética, tres<br />

pequeñas llamas blancas alrededor de sus sienes y de su frente. Entonces ha<br />

creído sentir el viento <strong>del</strong> Espíritu que pasa sobre su corazón. Emocionado,<br />

silencioso, Nicodemus vuelve furtivamente a su casa, en el profundo silencio<br />

de la noche. Continuará viviendo entre los fariseos, pero en el secreto de su<br />

corazón será fiel a Jesús.<br />

Notemos además un punto capital en su enseñanza. En la doctrina<br />

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