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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

guerreras y familiares con el fuego de la juventud; al pueblo le hablaba, con la<br />

sencillez de la infancia, de caridad, de resignación y de esperanza.<br />

Krishna estaba sentado a la mesa de un festín, en casa de un jefe<br />

renombrado, cuando dos mujeres pidieron ser presentadas al profeta. Las<br />

dejaron entrar a causa de su traje de penitentes. Sarasvati y Nichdali fueron a<br />

postrarse ante los pies de Krishna. Sarasvati exclamó con emoción e inundada<br />

en lágrimas:<br />

— Desde que nos dejaste, he pasado mi vida en el error y el pecado;<br />

pero si tú lo quieres, Krishna, puedes salvarme... Nichdali añadió:<br />

— ¡Oh Krishna!. Cuando te oí en otro tiempo, supe que te amaba<br />

para siempre; ahora que te vuelvo a encontrar en tu gloria, sé que eres el hijo<br />

de Mahadeva.<br />

Y las dos besaron sus pies. Las rajas dijeron: — ¿Por qué, santo rishi,<br />

dejas a esas mujeres <strong>del</strong> pueblo insultarte con sus palabras insensatas?.<br />

Krishna les respondió:<br />

— Dejadlas expansionar su corazón: valen ellas más que vosotros.<br />

Porque ésta tiene la fe y la otra el amor. Sarasvati, la pecadora, queda salvada<br />

desde este momento, porque ha creído en mí, y Nichdali, en su silencio, ha<br />

amado más a la verdad que vosotros con todos vuestros gritos. Sabed, pues, que<br />

mi madre radiante, que vive en el sol de Mahadeva, le enseñará los misterios<br />

<strong>del</strong> amor eterno, cuando todos vosotros estéis aún sumergidos en las tinieblas de<br />

las vidas inferiores.<br />

A partir de aquel día, Sarasvati y Nichdali siguieron los pasos de<br />

Krishna con sus discípulos. E inspiradas por él, enseñaron a las otras<br />

mujeres.<br />

Kansa reinaba aún en Madura. Después <strong>del</strong> asesinato <strong>del</strong> anciano<br />

Vasichta, el rey no había encontrado paz sobre su trono. La profecía <strong>del</strong><br />

anacoreta se había realizado: el hijo de Devaki vivía. El rey le había visto, y<br />

ante su mirada había sentido fundirse su fuerzo y su reinado. Temblaba por su<br />

vida como una hoja seca, y frecuentemente, a pesar de sus guardias, se volvía<br />

bruscamente, esperando ver al joven héroe, terrible y radiante, ante su puerta.<br />

Por su parte, Nysumba, acostada en su lecho, en el fondo <strong>del</strong> gineceo, pensaba<br />

en sus poderes perdidos. Guando supo que Krishna profeta predicaba en las<br />

orillas <strong>del</strong> Ganges, persuadió al rey a que enviara contra él una tropa, para que<br />

lo trajeran atado. Cuando Krishna vio a los soldados, sonrió y les dijo:<br />

— Sé quienes sois y por qué venís. Presto estoy a seguiros ante vuestro<br />

rey; pero antes dejadme hablaros <strong>del</strong> rey <strong>del</strong> cielo, que es el mío.<br />

Y comenzó a hablar de Mahadeva, de su esplendor y de sus<br />

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