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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Llegaba la noche de la prueba. Dos neócoros (Empleamos aquí como<br />

más inteligible la traducción griega de los términos egipcios) u oficiantes<br />

volvían a llevar al aspirante a la puerta <strong>del</strong> santuario oculto. Se entraba en<br />

un vestíbulo negro sin salida aparente. A los dos lados de aquella sala<br />

lúgubre, a la luz de las antorchas el extranjero veía una fila de estatuas con<br />

cuerpos de hombre y cabezas de animales; de leones, de toros, de aves de<br />

rapiña, de serpientes que parecían mirar su paso sonriendo con ironía. Al<br />

fin de aquella siniestra avenida, que se atravesaba en el más profundo<br />

silencio, había una momia y un esqueleto humanos en pie y frente a frente.<br />

Y con un gesto mudo los dos neócoros mostraban al novicio un agujero en la<br />

pared, frente a él. Era la entrada de un pasadizo tan bajo que no se podía<br />

penetrar en él más que arrastrándose.<br />

— Aún puedes volver atrás — decía uno de los oficiantes —. La puerta<br />

<strong>del</strong> santuario aún no se ha vuelto a cerrar. Si no quieres, tienes que continuar<br />

tu camino por ahí y sin volver atrás.<br />

— Me quedo — decía el novicio, reuniendo todo su valor.<br />

Se le daba entonces una pequeña lámpara encendida. <strong>Los</strong> neócoros se<br />

marchaban y cerraban con estrépito la puerta <strong>del</strong> santuario. Ya no había que<br />

dudar: era preciso entrar en el pasadizo. Apenas se había deslizado en él,<br />

arrastrándose de rodillas con su lámpara en la mano, cuando oía una voz en el<br />

fondo <strong>del</strong> subterráneo: “Aquí perecen los locos que codician la ciencia y el<br />

poder”. Gracias a un maravilloso efecto de acústica, aquellas palabras eran<br />

repetidas siete veces por ecos distanciados. Era preciso avanzar sin embargo;<br />

el pasadizo se ensanchaba, pero descendía en pendiente cada vez más rápida.<br />

En fin, el viajero se encontraba frente a un embudo que conducía a un<br />

agujero: una escala de hierro se perdía en él; el novicio se aventuraba a bajar.<br />

En el último escalón, su mirada asustada se hundía en un pozo horrible. Su<br />

pobre lámpara de nafta, que apretaba convulsamente en su temblorosa mano,<br />

proyectaba un vago resplandor en tinieblas sin fondo... ¿Qué hacer?. Sobre<br />

él, la vuelta imposible; bajo él, la caída en el vacío, la noche espantosa. En<br />

aquella angustia, distinguía una grieta en el terreno por su izquierda.<br />

Agarrado con una mano a la escala, extendiendo su lámpara con la otra, veía<br />

unos escalones. ¡Una escalera!, era la salvación. Se lanzaba por ella; subía, se<br />

escapaba <strong>del</strong> abismo. La escalera, atravesando la roca como una barrena,<br />

subía en espiral. En fin, el aspirante se encontraba ante una reja de bronce<br />

que daba a una ancha galería sostenida por grandes cariátides. En los<br />

intervalos, sobre el muro, se veían dos filas de frescos simbólicos. Había once<br />

en cada lado, dulcemente iluminados por lámparas de cristal que tenían en sus<br />

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