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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

IV<br />

SOLEDAD E ILUMINACIÓN<br />

Hallamos a Gautama, el regio descendiente de los Sakias, convertido en<br />

monje (Sakia-Muni) errando por las sendas, la cabeza rasurada, envuelto en<br />

amarillo sayal, con la escudilla en la mano, pidiendo limosna por los caseríos.<br />

Dirigióse primero a los encumbrados brahmanes para que le indicaran el<br />

camino de la verdad. Pero sus respuestas complicadas y abstractas sobre el<br />

origen <strong>del</strong> mundo y la doctrina de la identidad con Dios, no le satisfacían. Sus<br />

maestros, detentores de la antigua tradición de los rishis, le indicaron, sin<br />

embargo, ciertas prácticas respiratorias y procedimientos de meditación,<br />

necesarios para alcanzar la perfecta concentración interior. Más tarde se sirvió<br />

de ellos en su gimnasia espiritual.<br />

Pasó luego varios años rodeado de cinco ascetas jainos, (Jainos,<br />

nombre que significa vencedores, era una secta de fanáticos ascetas,<br />

existente en el sur de la India mucho antes de la fundación <strong>del</strong> budismo, con<br />

el que tiene grande analogía), que le llevaron a su escuela de Uruvala, en<br />

Magada, a orillas de un río de remansos bellos. Después de sujetarse mucho<br />

tiempo a su disciplina implacable, pudo convencerse de que a ningún anhelado<br />

fin le conducía.<br />

Un día les declaró su renuncia a tales mortificaciones inútiles y su<br />

resolución de buscar la verdad por sí mismo, valiéndose solamente de la<br />

meditación. A tales palabras, airados los ascetas fanáticos, con sus cuerpos<br />

esqueléticos y sus rostros escuálidos, se alzaron con desprecio y dejaron solo a<br />

su compañero junto al río.<br />

Y gozó entonces sin duda la embriaguez de la soledad en medio de la<br />

naturaleza virgen, este refrigerante manantial descrito en la literatura budista:<br />

“Cuando a nadie distinguió ante mí y detrás de mí, gozo en la permanencia de<br />

mi soledad entre los bosques. Para el monje solitario anheloso de perfección<br />

es allí gozosa la vida. Solo, sin compañeros, en la selva amable, ¿Cuándo<br />

alcanzaré el fin?. ¿Cuándo estaré libre de pecado?”.<br />

Y la noche le sorprendió en idéntica postura, sentado, las piernas<br />

cruzadas bajo el árbol de sus meditaciones, de cien mil hojas murmurantes. A<br />

la orilla <strong>del</strong> río, ornada de flores, por guirnalda la abigarrada corona de los<br />

bosques, el monje permanecía sentado gozosamente, entregado a su<br />

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