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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

aquello eran sus propias pasiones de vidas precedentes, exteriorizadas y<br />

vitalizadas todavía en el fondo de su alma. Bajo el escudo de la voluntad, se<br />

iban disipando a medida que avanzaba sobre ellas. Entonces se le apareció su<br />

propia esposa a quien había amado y abandonado. La vio, desnudos los senos,<br />

llenos los ojos de lágrimas, de desesperación y de deseo, tender el hijo hacia<br />

él. ¿Era el alma de su esposa, todavía viviente, que así le llamaba durante el<br />

sueño?. Lleno de piedad, palpitante de amor, lanzóse hacia ella. Pero en aquel<br />

momento, desvanecióse la figura prorrumpiendo en un desgarrador lamento al<br />

que respondió el grito sordo de su propia alma. Entonces le envolvieron en<br />

ráfagas infinitas, en bandas desgarradas por el viento, las almas de los muertos<br />

sumergidos todavía en las pasiones de la tierra. Estas sombras perseguían sus<br />

presas, se arrojaban unas sobre otras sin lograr enlazarse, rodando anhelantes<br />

en un abismo sin fondo. Vio a los criminales torturados por el suplicio que les<br />

habían infligido, sufrirlo de nuevo indefinidamente, hasta que el horror <strong>del</strong><br />

hecho mata la voluntad culpable, hasta que las lágrimas <strong>del</strong> asesino lavan la<br />

sangre de la víctima. Esta lúgubre región era verdaderamente un infierno<br />

agitándose en la hoguera de un deseo imposible de sofocar en las tinieblas<br />

angustiosas <strong>del</strong> vacío helado.<br />

Sakia-Muni creyó percibir al príncipe de aquel reino. Era el que los<br />

poetas describen bajo la figura de Kama, dios <strong>del</strong> Deseo. Solamente que, en<br />

lugar de llevar traje de púrpura, coronado de flores y tener la mirada gozosa<br />

tras el arco tenso, lo envolvía un sudario, iba cubierto de ceniza y blandía un<br />

cráneo vacío. Kama se convirtió en Mara, el dios de la Muerte.<br />

Cuando despertó Sakia-Muni después de la primera noche de su<br />

iniciación, un sudor helado salpicaba todo su cuerpo. La mansa gacela, su<br />

querida compañera, había huido. ¿Temía acaso a las sombras con que se<br />

rozara su dueño?. ¿Había olfateado al dios de la Muerte?.<br />

Gautama permaneció inmóvil bajo el árbol de la meditación, de cien mil<br />

hojas susurrantes. El embotamiento le impedía moverse. El pastor cuidadoso<br />

le reanimó, ofreciéndole leche espumosa en una cascara de coco.<br />

Durante la segunda noche, penetró el solitario en el mundo de las almas<br />

dichosas. Ante sus ojos cerrados deslizáronse países flotantes, islas aéreas.<br />

Jardines encantados donde los árboles y las flores, las aves, el cielo y el aire<br />

embalsamado, las estrellas y las nubes, transparentes como velos, parecían<br />

acariciar el alma y modular inteligentemente el lenguaje <strong>del</strong> amor,<br />

condensando en significativa forma la expresión de humanos pensamientos o<br />

de divinos símbolos.<br />

Vio a las almas agrupadas o en parejas, caminar absortas unas en otras o<br />

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