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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

rocas.<br />

Junto a su caudal emergieron urbes, y navios surcaron sus aguas. ¡Y he<br />

aquí que su majestuosa corriente sumergíase en la inmensidad <strong>del</strong> Océano!...<br />

Había cumplido su tarea. <strong>Los</strong> arios ya eran libres.<br />

Pero no obstante, ¿Qué porvenir aguardaba a su raza?.<br />

Se iniciaba la noche y hacía frío. El anciano profeta tiritaba junto al<br />

hogar. Entonces exclamó: “¡Oh divino Señor Ormuz, heme aquí próximo al<br />

fin!. Nada me queda. Todo lo he sacrificado a mi pueblo. He obedecido a tu<br />

voz. Para convertirse en Zoroastro, Ardjasp renunció a la divina Arduizur... ¡y<br />

Zoroastro no ha vuelto a verla!. Se ha desvanecido en el ilimitado espacio y el<br />

Señor Ormuz no la ha devuelto a su profeta. Todo lo he sacrificado a mi raza<br />

para que posea hombres libres y esposas nobles. Pero ninguna de ellas tiene el<br />

esplendor de Arduizur, la áurea llama que emanaba de sus ojos... ¡Hazme<br />

conocer, al menos, el porvenir que aguarda a los míos!...”.<br />

Y murmurando estas palabras, percibió Zoroastro el retumbo de un<br />

trueno lejano junto con la vibración de mil broncíneos escudos. Aumentó el<br />

fragor a medida que se aproximaba y fue al fin terrible. Temblaban todas las<br />

montañas y la voz <strong>del</strong> Dios airado parecía querer descuajar la cordillera <strong>del</strong><br />

Albordj.<br />

Zoroastro no pudo menos de gritar: “¡Ahura-Mazda, Ahura-Mazda!”. Y<br />

el profeta, lleno de terror, cayó desvanecido contra el suelo, bajo el influjo de<br />

la retumbante voz de la altura.<br />

Y pronto contempló Zoroastro el máximo esplendor de Ormuz, como lo<br />

viera en los primeros días de su revelación, aunque sin su corona de ferueres y<br />

de ameshaspentlas. Solamente los tres animales sagrados, el toro, el león y el<br />

águila, sostenían su ígneo trono, fulgurando a los pies de Ormuz. Y Zoroastro<br />

oyó la voz de su Dios recorrer los espacios, repercutiendo en su corazón:<br />

— ¿Por qué — decía — ansias haber lo que sólo pertenece a tu Dios?.<br />

Ningún profeta conoce por entero los pensamientos <strong>del</strong> Verbo. No dudes<br />

jamás de Ahura-Mazda, ¡Oh Zoroastro!, el mejor de los hombres. Porque en<br />

mi balanza está el destino de todos los seres y aun el tuyo. ¿Quieres conocer el<br />

porvenir de tu raza?. Observa, pues, lo que harán los pueblos de Asia de los<br />

tres animales que sostienen mi trono.<br />

La fulgurante visión de Ormuz desapareció y Zoroastro se sintió<br />

transportado en espíritu hacia futuras edades. Volando a través <strong>del</strong> espacio,<br />

vio a sus pies el desfilar tumultuoso de las montañas y la fuga procelosa de los<br />

llanos, como el descorrer de un gran libro enrollado.<br />

Distinguió al Irán hasta el Mar Caspio, Persia junto al Tauro y el<br />

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