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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

ya a grandes pasos hacia su decadencia. Un poderoso imperio se había<br />

levantado en las orillas <strong>del</strong> Eufrates y <strong>del</strong> Tigris. Babilonia, esa ciudad colosal<br />

y monstruosa, producía vértigos a los pueblos nómadas que merodeaban<br />

alrededor. <strong>Los</strong> reyes de Asiria se proclamaban monarcas de las cuatro regiones<br />

<strong>del</strong> mundo, y aspiraban a poner los límites de su imperio en el mismo fin de<br />

la tierra. Aplastaban a los pueblos, los deportaban en masa, los reclutaban y<br />

los lanzaban uno contra otro. Ni derecho de gentes, ni respeto humano, ni<br />

principio religioso, sino la ambición personal sin freno: tal era la ley de los<br />

sucesores de Ninus y de Semíramis. La ciencia de los sacerdotes caldeos era<br />

profunda, pero mucho menos pura, menos elevada y menos eficaz que la de<br />

los sacerdotes egipcios. En Egipto, la autoridad fue privilegio de la ciencia. El<br />

sacerdocio ejerció siempre un poder moderador sobre los reyes. <strong>Los</strong> faraones<br />

eran sus discípulos, y jamás llegaron a ser déspotas odiosos como los reyes de<br />

Babilonia. En Babilonia, al contrario, el sacerdocio aplastado, sólo fue desde<br />

el principio un instrumento de la tiranía. En un bajo relieve de Nínive, se ve a<br />

Nemrod, gigante fornido, estrangular con sus brazos musculosos a un león que<br />

tiene apretado contra su pecho. Símbolo parlante: así es como los monarcas de<br />

Asiria ahogaron al león iranio, al pueblo heroico de Zoroastro, asesinando a<br />

sus pontífices, degollando a los magos de sus colegios, aprisionando a sus<br />

reyes. Si los rishis de la India y los sacerdotes de Egipto hicieron reinar en<br />

cierto modo la Providencia sobre la tierra por su sabiduría, se puede decir que<br />

el reino de Babilonia fue el <strong>del</strong> destino, es decir, el de la fuerza ciega y<br />

brutal.<br />

Babilonia llegó a ser así el centro tiránico de la anarquía universal, el ojo<br />

inmóvil de la tempestad social que envolvía al Asia en sus torbellinos; ojo<br />

formidable <strong>del</strong> Destino, siempre abierto, acechando a las naciones para<br />

devorarlas.<br />

¿Qué podía hacer Egipto contra el torrente invasor?. <strong>Los</strong> Hicsos habían<br />

estado a punto de hacerlo desaparecer como foco civilizador. El Egipto resistía<br />

con valor, pero eso no podía durar siempre. Transcurridos seis siglos, el ciclón<br />

persa, que sucedía al ciclón babilónico, iba a barrer sus templos y sus<br />

faraones. El Egipto, por otra parte, que poseyó en el más alto grado el genio<br />

de la iniciación y de la conservación, no tuvo nunca el de la expansión y de la<br />

propaganda. ¿Iban a perecer los tesoros acumulados de su ciencia?. Ciertamente<br />

que la mayor parte quedó bajo sus ruinas y cuando llegaron los Alejandrinos,<br />

sólo pudieron desenterrar sus fragmentos. Dos pueblos de genio opuesto<br />

encendieron, sin embargo, sus antorchas en los santuarios, antorchas de rayos<br />

diversos, de las que una aclara las profundidades <strong>del</strong> cielo, mientras la otra<br />

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