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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

— Krishna, matador de serpientes, héroe <strong>del</strong> monte Meru, ¿Tienes<br />

miedo?.<br />

— Aunque la tierra tiemble y el cielo se hunda, no tengo miedo.<br />

— Entonces, ¡a<strong>del</strong>ante!.<br />

De nuevo el intrépido conductor fustigó a los caballos, y el carro<br />

continuó su carrera. Entonces, la tempestad se volvió tan espantosa que los<br />

árboles gigantes se inclinaron. La selva sacudida gimió como estremecida por el<br />

alarido de mil demonios. El rayo cayó al lado de los viajeros; un boabab roto<br />

obstruyó el camino; los caballos se detuvieron, y la tierra tembló.<br />

— ¿Es, pues, un dios tu enemigo? — dijo Krishna —. Porque Indra mismo<br />

le protege.<br />

— Tocamos al objetivo — dijo el espía al rey —. Mira este sendero<br />

entre el césped. Al final se ve una cabaña miserable. Allí habita Vasichta, el<br />

gran muni, el que alimenta a los pájaros, temido por las fieras y protegido por<br />

una gacela, Pero ni por una corona de rey daré un paso más.<br />

A estas palabras, el rey de Madura se había puesto lívido. “¿Es allí<br />

realmente, detrás de aquellos árboles?”. Y cogiéndose tembloroso a Krishna,<br />

murmuró en voz baja, estremeciéndose todos sus miembros:<br />

— Vasichta, Vasichta, el que medita mi muerte, está allí. Me ve desde<br />

el fondo de su retiro... Su ojo me persigue. ¡Líbrame de él!.<br />

— Sí, por Mahadeva — dijo Krishna, bajando <strong>del</strong> carro y saltando por<br />

encima <strong>del</strong> tronco <strong>del</strong> baobab —, quiero ver al que te hace temblar así.<br />

El muni centenario Vasichta vivía hacía un año en aquella cabaña<br />

escondida en lo más profundo de la selva santa, esperando la muerte. Antes de<br />

morir el cuerpo, se había libertado de la prisión de la materia. Sus ojos se<br />

habían extinguido, pero veía por el alma. Su piel percibía apenas el calor y el<br />

frío, pero su espíritu vivía, en una unidad perfecta con el Espíritu soberano.<br />

No veía ya las cosas de este mundo más que a través de la luz de Brahma,<br />

rezando, meditando sin cesar. Un discípulo fiel le llevaba diariamente a la<br />

ermita los granos de arroz de que vivía. La gacela que comía en su mano, le<br />

advertía bramando de la proximidad de las fieras. Entonces las alejaba<br />

murmurando un mantra, y extendiendo su bastón de bambú de siete nudos. En<br />

cuanto a los hombres, quienesquiera que fuesen, los veía por medio de su<br />

mirada interna, desde varias leguas de distancia.<br />

Krishna, marchando por el estrecho sendero, se, encontró de repente<br />

frente a Vasichta. El rey de los anacoretas estaba sentado, las piernas cruzadas<br />

sobre una estera, apoyado contra el poste que sostenía su cabaña, en una paz<br />

profunda. De sus ojos de ciego salía un resplandor interno de vidente. En<br />

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