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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

expresión <strong>del</strong> Hijo sentado a la diestra <strong>del</strong> Padre. Así comprendida, la<br />

respuesta de Jesús al sumo sacerdote de Jerusalén que contiene el testamento<br />

intelectual y científico <strong>del</strong> Cristo a las autoridades religiosas de la tierra, como<br />

la institución de la Cena contiene su testamento de amor y de iniciación a los<br />

apóstoles y a los hombres.<br />

Sobre la cabeza de Caifas, Jesús ha hablado al mundo. Pero el saduceo,<br />

que ha obtenido lo que quería, no le escucha ya. Desgarrando su túnica de fino<br />

hilo, exclama: “¡Ha blasfemado!. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?.<br />

¡Habéis oído su blasfemia!. ¿Qué os parece?”. Un murmullo unánime y<br />

lúgubre <strong>del</strong> sanhedrín responde: “Ha merecido la muerte”. En seguida la<br />

injuria vil y brutal de los inferiores responde a la condena <strong>del</strong> tribunal. <strong>Los</strong><br />

agentes le escupen, le golpean en la cara y le gritan: “¡Profeta, adivina quién te<br />

dio!”. Bajo este desbordamiento de bajo y feroz odio, el sublime y pálido<br />

rostro <strong>del</strong> gran mártir vuelve a adquirir su inmovilidad marmórea y visionaria.<br />

Se dice, hay estatuas que lloran; también hay dolores sin lágrimas y oraciones<br />

mudas de víctimas, que aterrorizan a los verdugos y les persiguen por el resto<br />

de su vida.<br />

Más no todo ha terminado. El sanhedrín puede pronunciar la pena de<br />

muerte; para ejecutarla, es preciso el brazo secular y la aprobación de la<br />

autoridad romana. La escena con Pilatos, contada en detalle por Juan, no es<br />

menos notable que la de Caifás. Aquel curioso diálogo entre Cristo y el<br />

gobernador romano, en que las interjecciones violentas de los sacerdotes<br />

judíos y los gritos de un populacho fanatizado representan el papel de los<br />

coros en la tragedia antigua, tiene la persuasión de la gran verdad dramática.<br />

Pónese al descubierto el alma de los personajes, mostrándose el choque de las<br />

tres potencias en juego: el cesarismo romano, el judaismo estrecho y la<br />

religión universal <strong>del</strong> Espíritu representada por el Cristo. Pilatos, muy<br />

indiferente a esta querella religiosa, pero muy molesto con el asunto porque<br />

teme que la muerte de Jesús lleve consigo una sublevación popular, le<br />

interroga con precaución y le tiende una escala de salvamento, esperando que<br />

se aproveche de ella. “― ¿Eres tú el rey de los Judíos?. ― Mi reino no es de<br />

este mundo. ― ¿Eres tú, pues, rey?. ― Sí; he nacido para eso y he venido al<br />

mundo para dar testimonio de la verdad”. Pilatos no comprende mejor esta<br />

afirmación <strong>del</strong> reino espiritual de Jesús, que Caifas ha comprendido su<br />

testamento religioso, “¿Qué es la verdad?”, dice encogiendo los hombros, y<br />

esta respuesta <strong>del</strong> caballero romano escéptico revela el estado de alma de la<br />

sociedad pagana de entonces, como de toda sociedad decadente. Pero no<br />

viendo por otra parte en el acusado más que un soñador inocente, añade: “No<br />

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