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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

Una energía nueva irradiaba de su ser. Reunió a sus compañeros y les dijo:<br />

“Vamos a luchar contra los toros y las serpientes; vamos a defender a los<br />

buenos y a subyugar a los malvados”.<br />

Con el arco en la mano y la espada al cinto, Krishna y sus amigos, los<br />

hijos de sus pastores, convertidos en guerreros, comenzaron a batir las selvas<br />

luchando contra las bestias feroces. En el fondo de los bosques, se oían los<br />

aullidos de las hienas, los chacales, los tigres, y los gritos de triunfo de los<br />

jóvenes. Krishna mató y domó leones, hizo la guerra a reyes y libertó a tribus<br />

oprimidas. Más la tristeza invadía el fondo de su corazón. Su alma sólo tenía<br />

un deseo profundo, misterioso, oculto: encontrar a su madre y volver a<br />

hallar al extraño y sublime anciano. Recordaba sus palabras: “¿No me<br />

prometió que le vería cuando aplastase la cabeza de la serpiente?. ¿No me<br />

dijo que encontraría a mi madre al lado de Aquel que no cambia nunca?”.<br />

Pero por mucho que luchaba y vencía, no había vuelto a ver ni al viejo<br />

sublime ni a su madre radiante. Un día oyó hablar de Kalayeni, el rey de<br />

las serpientes, y pidió luchar con el más terrible de sus animales en<br />

presencia <strong>del</strong> mago negro. Se decía que aquel animal, adiestrado por<br />

Kalayeni, había ya devorado centenares de hombres, y que su mirada<br />

helaba de espanto a los más valientes. Del fondo <strong>del</strong> templo tenebroso de<br />

Kali, Krishna vio salir, a la voz de Kalayeni, un largo reptil azul verdoso. La<br />

serpiente enderezó lentamente su cuerpo grueso, hinchó su cresta rojiza, y<br />

sus ojos penetrantes se encendieron en su cabeza monstruosa, cubierta de<br />

conchas relucientes. “Esta serpiente, dijo Kalayeni, sabe muchas cosas, es un<br />

demonio poderoso. No se las dirá más que a quien la mate; ella mata a los<br />

vencidos. Te ha visto, te mira, estás en su poder. Sólo te resta adorarla o<br />

perecer en una lucha insensata”. A estas palabras, Krishna se indignó, porque<br />

sentía que su corazón era como la punta <strong>del</strong> rayo. Miró a la serpiente y se<br />

lanzó sobre ella, cogiéndola por debajo de la cabeza. Hombre y serpiente<br />

rodaron por las escaleras <strong>del</strong> templo. Pero antes que el reptil se le hubiese<br />

enroscado, Krishna le cortó la cabeza con su espada y, desembarazándose <strong>del</strong><br />

cuerpo, que se retorcía aún, el joven vencedor levantó, con aire de triunfo,<br />

la cabeza de la serpiente en su mano izquierda. Aquella cabeza vivía aún;<br />

miraba a Krishna y le dijo: “¿Por qué me has matado, hijo de Mahadeva?<br />

¿Crees encontrar la verdad matando a los vivos?. ¡Insensato: no la encontrarás<br />

más que agonizando tú mismo. La muerte está en la vida, la vida está en la<br />

muerte. Teme a la hija de la serpiente y a la sangre vertida. ¡Guárdate! ¡Ten<br />

cuidado!”. Hablando así, la serpiente murió. Krishna dejó caer la cabeza <strong>del</strong><br />

reptil y se marchó lleno de horror. Kalayeni dijo: “No puedo nada sobre este<br />

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