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Los Grandes Iniciados - Artículos del Escritor Laab Akaakad

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Edouard Schure – <strong>Los</strong> <strong>Grandes</strong> <strong>Iniciados</strong><br />

III<br />

LA VIRGEN DEVAKI<br />

Cuando Devaki, vestida de cortezas de árbol, que ocultaban su<br />

hermosura, entró en las vastas soledades de los bosques gigantescos, vacilaba,<br />

rendida por la fatiga y el hambre. Mas apenas hubo sentido la sombra de<br />

aquellos bosques admirables, gustado los frutos <strong>del</strong> mango y respirado la<br />

frescura de un manantial, se reanimó como una flor. Al principio penetró bajo<br />

bóvedas enormes, formadas por troncos macizos, cuyas ramas se replantaban<br />

en el suelo y multiplicaban al infinito sus arcadas. Durante largo tiempo<br />

marchó por allí al abrigo <strong>del</strong> sol, como a través de una pagoda sombría y sin<br />

salida. El zumbido de las abejas, el grito de los pavos reales en celo, el canto<br />

de los kokilas y de mil pájaros, la atraían y animaban más y más. <strong>Los</strong> árboles<br />

aparecían más inmensos, la selva más profunda y más enmarañada. <strong>Los</strong><br />

troncos se sucedían, los follajes se combaban en cúpulas, en portadas más y<br />

más grandes. A veces Devaki se deslizaba por verdes senderos, por donde el<br />

sol penetraba en torrentes de luz y donde yacían troncos derribados por la<br />

tempestad. A veces se detenía bajo glorietas de mangos y de asokas, de las que<br />

pendían guirnaldas de lianas y lluvias de flores. <strong>Los</strong> gamos y las panteras<br />

saltaban en la maleza; con frecuencia también los búfalos rompían las ramas,<br />

o bien una horda de monos pasaba por los follajes, lanzando gritos. Marchó ella<br />

así durante todo el día. Hacia la noche, sobre un bosquecillo de bambúes,<br />

advirtió la cabeza inmóvil de un prudente elefante que miró a la virgen con<br />

aire inteligente y protector, y levantó su trompa como para saludarla. Entonces<br />

el bosque se llenó de luz y Devaki vio un paisaje lleno de paz profunda, de un<br />

encanto celeste y paradisíaco.<br />

Ante ella se extendía un estanque sembrado de lotos y nenúfares azules:<br />

su reflejo azulado se abría paso en la gran selva como otro cielo. Púdicas<br />

cigüeñas dormitaban inmóviles en sus orillas y dos gacelas bebían en sus aguas.<br />

Al otro lado se veía, al abrigo de las palmeras, la ermita de los anacoretas. Una<br />

luz rosada y tranquila bañaba el lago, los bosques y la morada de los santos<br />

rishis. En el horizonte, la cima blanca <strong>del</strong> monte Meru dominaba el océano de<br />

las selvas. El aliento de un río invisible animaba a las plantas, y el estruendo<br />

atenuado de una catarata lejana vagaba en la brisa como una caricia o como<br />

una melodía.<br />

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